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Lecturas: Monstruos

Por Ana Negri

Una crónica a ojo desnudo

En el verano del 2020, antes de que tuviéramos que encerrarnos en nuestras casas por la amenaza del COVID y su contagio, un grupo de jóvenes asesinó brutalmente a Fernando Báez Sosa a la salida de un boliche en Villa Gesell. El suceso conmocionó al país y el caso circuló en los medios durante tres largos años, hasta que se llevó a cabo el juicio y se dictó sentencia contra los asesinos.

En medio de la rebatiña que la prensa, canales de televisión, cuentas independientes de noticias y emisoras de radio sostienen por la nota exclusiva, entre la vorágine de titulares desplegados —siempre uno más terrible que otro—, la autora de Monstruos hace gala de su experiencia y compromiso con un periodismo de la vieja escuela en el que “había que ser muy valiente para ejercer un oficio que”, por ejemplo, “sacaba a relucir la corrupción”. A diferencia de la mayor parte de los periodistas que se dan cita en Dolores para cubrir el juicio, para capturar el detalle morboso que se pregunta si corrió o no una lágrima por el rostro de uno de los jóvenes victimarios, Gabriela Urrutibehety toma distancia de la lógica de las redes sociales y la posverdad para contemplar el panorama entero en el que se desarrolla el juicio.

Con una voz a la que ya no le importa si se le considera acomplejada o pueblerina y que hace años dejó “de soñar con ser periodista famosa, con dar clases en la universidad, con escribir libros que se tradujeran a varios idiomas”, la autora construye una mirada excepcional del fenómeno que se generó alrededor del caso. “Los medios oscilan entre la denominación de ‘juicio de los rugbiers’ y ‘juicio por la muerte de Fernando Báez Sosa’. Las denominaciones no son inocentes. Soy una periodista de pueblo. Tal vez decirlo muestre un complejo de inferioridad, pero a esta altura de mi vida no me importa para nada. Las denominaciones no son inocentes”.

Formada en una época en que “los periodistas eran héroes” y seguían protocolos y códigos muy explícitos contra el exceso de adjetivos, a favor de la precisión y concisión, a la autora le es inevitable sentir un fuerte desencanto por el periodismo actual, profesión que percibe en decadencia frente a la exigencia de inmediatez de las redes sociales y el sensacionalismo de los medios masivos. “Me siento como si viniera de otro tiempo. Todo me pasa lejos, como si fuera una puesta en escena”, dice. Y es que la suspensión de parámetros esenciales del periodismo son suplantados hoy por la expectativa del like, por la construcción de una verdad que responde a la que capturan las cámaras, sin mediación, sin relato que las complejize, que las cuestione.

A lo largo de la crónica, Urrutibehety nos comparte su sensación de desfase con el mundo y la certidumbre de estar vieja y lejos de las prácticas hoy comunes. Y justo por eso, por esa distancia, por esa voz certera y sin maquillajes su crónica resulta única y potente.

La autora plantea las particularidades del lugar desde el que relata —las de Dolores, pero también su propia ubicación, sus coordenadas personales—  y así descubrimos que no sólo domina el arte de la mecanografía, como señala, sino que también tiene muy claros sus objetivos, sus códigos. “Yo me dedico a mirar, a mirar a ojo desnudo. Y veo. Ni filmo ni saco fotos: apenas veo”. Más allá del impacto, Urrutibehety busca dar cuenta de la verdad. Así de inasible como es, así de escurridiza; su compromiso es buscarla, no construirla. Desde ese lugar nos plantea cómo, frente a un asesinato en el que no cabe duda de la culpabilidad, el resto del aparato mediático busca vender un show y para eso simplifica, polariza. Los condenados encarnan el mal, no sólo son culpables, sino también monstruos y eso permite expulsarlos de la comunidad de la gente, de la sociedad que busca limpiarse de responsabilidades. Lo monstruoso es ajeno, es lo otro. Pero tanto Fernando como los jóvenes que lo mataron, dice la autora, “podrían haber sido mis hijos”.

Monstruos, uno de los últimos títulos de Vinilo Editora, ganador del Mundial de Escritura, es una crónica mordaz y reflexiva que recupera no ya los eventos del caso, sino la forma en que los medios construyen un drama que se centra en el morbo y la condena de los asesinos. La voz de la autora, aguda y cínica, nos propone una manera particular de aproximarnos al caso y pone de manifiesto el lado más siniestro de la sociedad, de los medios y de la lógica del mercado y el consumo.

El libro captura las tensiones entre lo mediático y lo judicial mientras observa de cerca las dinámicas de poder, el negocio perverso de los medios y el punitivismo social frente a un caso en el que, se pretende, justicia y cadena perpetua son equivalentes a priori. Monstruos es, así, una reflexión sobre la sociedad, pero también una oportunidad para repensar el valor de la calma, de la reflexión, de la experiencia y la importancia de una ética profesional.

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