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Literatura y deportes: El nadador de Auschwitz

Por Alejandro Duchini

Eran como el agua y el aceite. Aunque campeones y nadadores, uno era querido y respetado y el otro, envidioso y buchón. La historia, al final, acomoda las cosas, aunque a veces las acomoda demasiado tarde.

El respetado es Alfred Nakache, récord mundial e integrante del Salón de la Fama de la Natación desde 2019. Pero lo suyo no pasa sólo por el deporte. Nacido el 18 de noviembre de 1915 en Constantina, Argelia, que pertenecía entonces a Francia, fue deportado junto a su esposa y su hija recién nacida a Auschwitz por su condición de judío. Ya era un nadador reconocido cuando se los llevaron de su casa. Entraron los nazis, les ordenaron armar una valija con lo mínimo y los subieron a un tren. Nakache no volvió a saber de su esposa ni de la pequeña.

Salió de Auschwitz con 30 kilos menos y destrozado anímicamente. Volvió a competir y batió un récord mundial, pero obviamente ya no fue el mismo. Después se casó otra vez y casi no habló de su pasado. Vean sus fotos de los años 30: fibroso, abdominales marcados. Pocos deportistas de entonces tenían un físico así de privilegiado. Nakache -de perfil bajo- no era un nadador técnico sino más bien barroco y efectivo.

El que tenía virtudes técnicas era Jacques Cartonnet. Olímpico, récord mundial de los 100 metros en los años 30. El lindo de las fotos. El aceite en la vida de Nakache. Y el buchón.

Envidioso por el crecimiento deportivo de Nakache, Cartonnet lo evita. Lo mira de manera altanera, lo ningunea desde su silencio. Los medios de la época enaltecen a Cartonnet por su físico esbelto, su altura. “Es proporcionado”, lo refieren. Y por lo bajo se murmura su homosexualidad. Francia empieza a hablar de ambos y Cartonnet ve una competencia que le hace sombra. Es imposible que no haya comparación. Así que se desafían en una pileta, donde Nakache se impone. Un minuto, doce segundos, cuatro décimas de ventaja. Récord nacional. Es el año 1936.

El antisemitismo es imparable cuando le advierten a Nakache que se aleje de Europa. Los diarios lo insultan por ser judío. En el Miroir des Sports un periodista escribe de él: “Con su pelo rizado, su nariz ligeramente aplastada, sus ojos pícaros, tiene tanto aspecto de fauno que uno casi espera ver que sus orejas son puntiagudas”. Así que se va de París a Toulouse.

Cartonnet, a la vez que pierde presencia en las piletas, empieza a escribir sobre su antisemitismo en un periódico. Dicen que espía a Nakache y cuenta a las autoridades cada uno de sus movimientos. Como su rival, de París se va a Toulouse. Se lo ve entrar a las oficinas de la Gestapo. Y se vuelve habitué de las festicholas nocturnas que se arman entre alcahuetes franceses y jerarcas alemanes. Para entonces, ya es el mandamás de la sección Juventud y Deporte de la Gestapo. Un detalle: ya no da la mano al saludar, sino que hace el típico gesto nazi.

Cuando Nakache se entera, sabe que su suerte y la de su familia está echada. Siguen los torneos. Otro diario suma a los ataques: “Es el menos defendible de los judíos; es el judío más específicamente judío de toda la judería. Un personaje nefasto que merece, como mínimo, el campo de concentración”. La gente de Cartonnet toma nota de quiénes entran y salen de los gimnasios. Los amigos le sugieren a Nakache que se vaya a España, pero no quiere. No le permiten competir. Le sacan la nacionalidad francesa. No es de ningún lado.

Todo esto lo cuenta de forma magistral el periodista francés Renaud Leblond en El nadador de Auschwitz, que por estos meses publicó en Argentina la editorial Emecé. Libro imprescindible no sólo para el deporte sino para entender la condición humana. Hay relatos tremendos que resumen el odio del fascismo. Asesinatos, humillaciones. Aberración sin límites. Pero también es un libro sobre la amistad, la solidaridad. Y el volver a empezar aun cuando no se puede pasar por mayor dolor que el de Nakache.

Vamos a 1945. Nakache se recupera en un hospital. Cuando sale, seguirá buscando en cada paso, en cada vereda y en cada rincón, a su esposa Paule y a su hijita Annie, que tenía dos años al momento de la detención. Se entera de amigos y conocidos que murieron en los campos de concentración. Pero de ellas, nada. Recupera su peso y vuelve a entrenar. En 1946 un soldado del Ministerio de Defensa golpea la puerta de su casa y le entrega un informe: “Lamentamos confirmarle que su hija Annie fue asesinada en la cámara de gas dos días después de su llegada a Auschwitz, el 25 de enero de 1944”. Nada le dicen de Paule. Roto por dentro, el 8 de agosto de 1946 bate un récord en el Campeonato Mundial de Marsella. Hay más: clasifica para los Juegos Olímpicos de Londres del 48, los primeros después de la guerra. Y se retira con todos los aplausos del mundo.

No terminó todo para Nakache. Años después volverá a casarse y se instalará en Séte, pueblo pesquero francés, en el Mediterráneo. Vive como uno más. No habla del pasado. Todas las mañanas sale a nadar. Acá es donde podemos encontrar la parte poética. El 4 de agosto de 1983, en uno de sus nados diarios, muere de un ataque al corazón. Tenía 67 años.

Regresemos a eso del agua y el aceite. Porque, así como Nakache se convirtió en un héroe (aunque a él, claro, tal vez no le haya servido), Cartonnet es aún hoy una referencia de los más inmundo del ser humano. La Justicia de Toulouse lo condenó a muerte en 1945. Pero se escapó saltando de un avión que lo trasladaba desde Roma a Francia. Vuelto a encarcelar, Leblond cuenta en El nadador de Auschwitz que nunca más se supo de él. Se sabe que fue entrenador del equipo de natación del Lazio italiano, club conocido por su fascismo. El Gobierno de Italia lo protegió hasta los años 50. Algunos dicen que mnadadourió en 1967, pero no hay certeza. Su rastro se pierde en una nebulosa. Todo es hipotético. Lo único certero es que cada vez que se hable de Cartonnet, su nombre estará ligado al de Nakache. Y el de Nakache, al sufrimiento y la gloria.

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