Hendijas
Mariana Travacio
I.
Su casa tiene dos respiraderos que dan a mi galería. A través de esos respiraderos me llega su voz. La oigo cuando salgo con mi copa, o con mi taza. No importa a qué hora salga: ella siempre está. Me mudé hace dos años y el mismo día de mi mudanza ya estaba allí. Sé que puede parecer curioso, pero en todo este tiempo no hubo día, o noche, en que saliera y no la escuchara. He llegado a pensar que hay una mujer atrapada en esos respiraderos: una mujer que grita, que desvaría, que se lamenta, solloza, insulta, se deshace, desde esas hendijas. Alguna vez he evitado salir al jardín solo para no escucharla.
Compré esta casa porque me gustó la galería: resigné una propiedad mejor ubicada. La mujer de la otra inmobiliaria me lo había advertido: esa casa tiene unos vecinos horribles. Eso dijo. Nunca había escuchado algo igual: que una inmobiliaria hiciera mención a los vecinos como si fueran variables que incidieran en el valor relativo de un inmueble, como una buena vista o una mala orientación. En ese momento soslayé su comentario porque me pareció imposible que conociera a todos en el barrio como para ponderar una propiedad por los vecinos que tuviera. Además, los vecinos pueden mudarse. Y, de cualquier manera, siempre había soñado con una galería como esta; no iba a resignarla: mi departamento tenía un minúsculo balcón con vista al estruendo de las cuatro líneas de colectivos que aceleraban justo en la puerta. La decisión de mudarme a un barrio estaba indisolublemente ligada a mi padecimiento anterior. También es cierto que el día que visité la casa por primera vez distinguí los respiraderos y unos ladrillos de vidrio en ambas medianeras. Estábamos con la arquitecta sesentona y pelirroja de la inmobiliaria y apenas pisamos el jardín nos recibió esa voz estridente que venía de la izquierda. Lo que se oyó entonces no fue gran cosa: dos o tres palabras irritadas, como de final de frase urgida, propias de quien anda disgustado y se queja. No le di mayor trascendencia; estaba absorto con la galería: tenía cuatro columnas de hierro antiguo y daba a un jardín cuadrado, cubierto de pasto, con jazmines perimetrales. Dos zorzales salieron disparados cuando caminamos hasta el fondo. Apenas regresamos a la galería, detuve mi mirada en los respiraderos y en los ladrillos de vidrio de las medianeras. Esta casa era la segunda contando desde la esquina: tenía vecinos a ambos lados. En la medianera de la izquierda se veían dos respiraderos blancos, cuadrados, y un ladrillo de vidrio al costado, también cuadrado. La de la derecha, en la misma posición, tenía un ladrillo de vidrio y ningún respiradero. Le señalé todo esto a la arquitecta que me mostraba la casa: me contestó como cansada, o como si mi inquietud fuera completamente irrelevante: si usted quiere, los puede tapar. Descarté de inmediato la idea: me pareció señal de poca urbanidad. No iba a disfrutar de mi galería habiéndoles quitado la luz o la ventilación a los vecinos.
Apenas estrené la casa, volví a escuchar su voz: venía de los respiraderos de la izquierda. Le resté importancia y me fui a dormir, agotado por el trajín de la mudanza.A la mañana siguiente salí a tomar mi café y su voz ya estaba allí. Al principio oía un lamento vago: como un rezo. No lograba distinguir qué decía, de qué se quejaba, qué la alteraba. Solo me llegaba el lamento monótono de su voz aguda: como una constante de cadencias perpetuas. No es verdad que no entendiera nada: aunque ninguna frase resultase comprensible, aunque ninguna palabra se tradujera en mis oídos, quedaba claro que del otro lado había una mujer ofendida, o triste, o como indignada, y también furiosa.
Con el tiempo empecé a distinguir algunas palabras claras: fundamentalmente, los insultos. Te odio, hijo de puta, te odio, le dice.Supongo que se dirige al marido. Nunca se oye la voz de él: lo que escucho es un monólogo. Un monólogo de reproches interminables: me decís que te vas, y te vas, le dice. O un lamento eterno: mirá lo que hiciste con mi vida, bazofia. O una angustia que reverbera: sos un asco, te odio. Todo eso sale de los respiraderos. Cuando salgo con mi copa y me encuentro con eso, paso por diversos estados de ánimo. Hay noches en que me pregunto por qué esa mujer sigue con ese hombre. Si tanto sufre, si tan poco se entienden, me pregunto qué la mueve a seguir a su lado, a sostener ese horizonte de puro reclamo. Me lo pregunto ahora que ha pasado tanto tiempo: el tiempo necesario para inferir que no se trata de una crisis ni de una pelea pasajera: se trata de un modo de vida. Ese modo de vida me invade, por las hendijas. He tenido ensoñaciones al respecto: ganas de correr como un loco, abrazar a la mujer de la otra inmobiliaria, ponerme de rodillas y decirle con irrefrenable frenesí: usted tenía razón, señora, mi galería tiene unos vecinos horribles. Otras noches me invade una compasión abierta: pienso en ellos y me apenan terriblemente.
Durante bastante tiempo creí que esos respiraderos daban a la casa de la esquina. Pero me costaba creer que ese modo de vida se correspondiera con mis vecinos de la esquina, tan afables. Es cierto que solo conocía sus voces por el balbuceo de algún buen día de pura urbanidad, pero sus sonrisas serenas me impedían asociar esa imagen pública a aquel infierno de puertas adentro. Un día quise salir de la duda: medí la distancia desde la línea de construcción hasta los respiraderos. Pertenecían, en efecto, a otra casa: la segunda o tercera sobre la calle perpendicular a la mía. Me alivió concluir que no los conocía en absoluto.
Trataba de imaginar cuántos años tendrían: no parecía un matrimonio joven. No obstante, la voz de ella era tan aguda que se me hacía difícil adivinar su edad. A veces pensaba que era un matrimonio de gente grande, sobre todo cuando la voz le decía que le había arruinado la vida. Mirá lo que hiciste con mi vida, oigo, y pienso que si le arruinó la vida deben tener muchos años. Otras veces esa voz me parecía demasiado viva, o con un ímpetu demasiado enérgico, propia de quien todavía tiene tiempo por delante: parecía reclamarle algo a futuro. Aunque también podría estar reclamándole que ya no le queda futuro. Como sea, he decidido que se trata de una mujer de unos sesenta años, sesenta y dos.
He llegado a acostumbrarme a sus diatribas y acabé por aceptarlas, a mi modo. En noches normales, llego incluso a ignorarlas. Me refiero a aquellas noches en que el nivel de su encono permanece estable: como si la voz recitara un padecimiento que ya conoce de memoria. Yo también conozco sus parlamentos de memoria, y eso me calma. Hay otras noches, en cambio, en que el volumen de sus reproches alcanza niveles que tornan imposible que me mantenga distraído en mis asuntos. En noches como esas, dependiendo de mi propia sensibilidad relativa, o me dedico a escuchar todo con suma atención, o decido abandonar mi galería, no sin cierto pesar.
Alguna noche de espanto, he llegado a pensar que debería intervenir de algún modo. Se me ha ocurrido, por ejemplo, que debería gritar, cerca del respiradero, a ver si se dan cuenta de que alguien los oye. O la oye, en verdad, porque es siempre ella la que despotrica. Y eso también es curioso. Me he preguntado insistentemente por qué nunca lo oigo a él. Por qué permanece en silencio o le habla tan bajo que no puedo escucharlo. Me pregunto si acaso mi vecina no será una loca que le habla a sus paredes porque no tiene con quién.
Sí, a veces pienso que ella está sola y le grita a un fantasma que la asedia. Como yo, que tengo mis propios fantasmas y que aunque sienta que los tengo dominados, también sé que con los fantasmas nunca se sabe.
II.
Si alguna noche salgo a mi galería y no la escucho, la extraño. Me he dado cuenta de esto últimamente: espero encontrarla. Por lo general su voz aparece enseguida, no me defrauda. He llegado a preguntarme si acaso no salgo a la galería solo para encontrarla. Es que esa mujer necesita compañía. Y aunque ella no lo sepa, yo la acompaño todas las noches, con mi copa, que me da cierto alivio, o que me brinda un consuelo que me cuesta entender o al que no puedo renunciar.
Me acuerdo de mis primeros arrebatos, cuando estaba recién mudado: deseaba febrilmente que ella no estuviera, que su voz se silenciara. Me traía recuerdos, como un martirio. Fue una época repugnante. Yo venía escapándole a mi propio infierno y ahora era testigo de otro infierno semejante, aledaño, involuntario esta vez. Como si mi pasado quisiese perpetuarse en esa voz atrapada en los respiraderos. O como si ese pasado estuviese decidido a burlarse de mí y me dijera: aquí estoy, para que me atestigües, para que certifiques tu propio horror, para que puedas escucharme todas las noches, a toda hora. Y avergonzarte. Y lacerarte. Y arrepentirte.
Creo saber cuándo empecé a buscarla. Era una noche de espanto: de lloviznas frías y vientos cruzados. Había salido a la galería con una frazada en los hombros y una copa de coñac entre las manos. Rogaba que ella no estuviera. Sabía que era en vano, pero salí rezando para mis adentros. Su voz no estaba. Agradecí el silencio y di un trago grande: el líquido bajó despacio, como lija, y llegó a mis entrañas junto a ella, que ya salía: no servís para nada, imbécil, sos una basura. Sentí algo extraño entonces: una necesidad de pedirle que no se callara, que siguiera gritando, empecinada en su desvarío que era mi propia salvación. Esa noche empecé a sentir gratitud: esa voz me ahorraba el olvido. Eso me serenó. Empecé a salir a mi galería para escucharla. De hecho, así la noche fuera gélida o trajera consigo una hostilidad cualquiera, unos vientos de puñal o unas lluvias demenciales, y así estuviera yo cansado o no tuviera ganas, salía de todos modos: me imponía hacerlo. Y la escuchaba, y me estremecía, pero seguía haciéndolo, convencido de que era el único remedio. Muchas noches, mientras se sucedían esos insultos que me aterraban, me he encontrado entrando a la casa solo para llorar desconsolado o para reírme como un pobre diablo. Una vez desahogado, o calmado, volvía a salir y seguía escuchando: No tenés derecho, mirá lo que hiciste con mi vida, bazofia, te odio.
III.
Hoy gritaba lo mismo de siempre, pero se dirigía a otra persona. Me costaba escuchar porque mis vecinos del otro lado festejaban algo. Los sonidos me llegaban mezclados, en estéreo: una música liviana, al rato estridente, después jazz, un grito destemplado, esa voz que le habla a alguien más, y se queja, una carcajada, muchas voces superpuestas, y yo tratando de entender a quién le hablaba, pensé que acaso a la hija, lo odio, es un hijo de puta, lo odio, y las risas, un llanto desconsolado, el ruido de los platos, de los cubiertos, un brindis, me dice que se va y se va, tanto rencor, las bebidas, el fragor de los cuerpos que se mueven, que saltan, tribales, y el aire caliente, inmóvil, al otro lado.
Nunca había escuchado que le hablara a alguien más. Me pareció que podía estar hablándole a la hija, acaso una hija grande, de unos treinta años, que conociera la historia, que pudiera comprenderla, o ayudarla, o solo escucharla, hasta que ella se desahogara y se calmara y se callara. Con quien fuera que hablara, debía ser alguien de confianza, porque le decía las mismas palabras que dice siempre: los mismos insultos. Después vinieron los boleros y justo llegó él: Mirá lo que hiciste con mi vida, bazofia. Y unos minutos después, en plena torta de cumpleaños: Acá tenés la comida, comé. Esta última frase me pareció que podía estar dirigida al perro, pero después recordé que no oigo ladridos. Asumo que no tienen perro. Desde que le dijo que comiera no he oído nada más. Han pasado cuatro horas.
IV.
Llevo dos días saliendo a mi galería sin oír su voz. Me atormenta su ausencia. Me aterra, incluso, porque me había acostumbrado a ella, como una alerta que me recordara cuán miserable puede volverse todo. Errores. El surco que vengo trazando es endeble aún. Yo lo sé y busco entender por qué ya no está. No encuentro respuesta. No entiendo qué pudo haber pasado. La última discusión no fue peor que las otras: no hay nada que explique esta ausencia. Salgo a mi galería con mi copa. Estoy solo. He llegado a pensar que debería identificar la casa y tocar timbre, a ver si están. No pueden haberse ido de viaje. No es época de vacaciones. Y tampoco habían salido de vacaciones antes, no hay motivos para que lo hagan ahora.
V.
Anoche escuché martillazos. Los escuché mientras cenaba en el comedor. Me estremecieron. Salí a la puerta, pero no venían de ahí. Entonces salí a la galería y empecé a escucharlos más fuerte. Venían del jardín. Se oían muchos martillazos, eran las diez de la noche, no era hora de andar haciendo reparaciones; eran martillazos furiosos, no se trataba de alguien colgando un cuadro. Me dieron ganas de gritar algo, pero no sabía qué gritar. No podía preguntar a quién se le ocurría hacer ruidos a esa hora; o qué estaban haciendo; o por qué martillaban tan fuerte. Tampoco tenía demasiado sentido, así que volví a la mesa y terminé mi cena bastante inquieto. Los martillazos me resultaban insoportables. Duraron media hora. Media hora de espanto durante la cena. Apenas terminé de comer, me serví la copa y salí a la galería. Ya no se oía nada. Permanecí en silencio, solo, bebiendo mi vino, esperando que ella saliera de las hendijas. Esperé en vano. Después de los martillazos solo quedó un silencio monstruoso.
VI.
No he vuelto a saber de ella. Han pasado dos meses desde entonces. A veces pienso que solo ha querido mudarse, como yo. Me pregunto cómo será ese lugar donde fue. Si ella hubiese sabido que yo la escuchaba, acaso no se hubiese ido. Me atormenta la idea de perder mi historia; de repetirla. No lo permito: escribo una lista de insultos, de lamentos, de llantos, de enconos, de quejas, de inquinas, de reclamos, de reproches, de rencores. Los recito por las noches, en mi galería, cuando salgo con mi copa. A veces los declamo, con la voz impostada, fuerte y clara, no me importa si me escuchan. Llego a gritarlos cuando el silencio es inmenso. No he encontrado otro modo de exorcizar mi pasado. Este método parece funcionar. Me suple su ausencia. Me llena de odio. Me impide olvidar.

«Hendijas» forma parte del libro de cuentos Cotidiano, editado por Baltazara Editora en 2015.

Mariana Travacio
(Rosario, 1967)
Narradora argentina. Se crió en São Paulo y actualmente reside en Buenos Aires. Es Licenciada en psicología por la Universidad de Buenos Aires, Magister en Escritura Creativa por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y traductora de francés y portugués. Se desempeñó como docente en la Cátedra de Psicología Forense de la Facultad de Psicología de la UBA. Sus cuentos han recibido numerosos premios nacionales e internacionales y han sido publicados en revistas y antologías de Brasil, Cuba, España, Estados Unidos, Argentina y Uruguay. Ha publicado Manual de Psicología Forense (Eudeba, 1996, 1997), Cotidiano (Baltasara Editora, 2015, 2016), Como si existiese el perdón (Metalúcida Editora, 2016, 2018) y Cenizas de carnaval (Tusquets, 2018).
Es un thriller diseñado con el suspenso magistral que imprime Mariana. Veo algo de Woody Allen, Hitchkoc, hasta El Silenciero de Di Benedetto. El secreto de las voces y la galería de la casa soñada, propiedades del vacío. Fantástico.
Celebro que la autora haga su narración como si el protagonista fuera hombre. Eso desconcierta desde el principio. Sólo me resta comentar que de un solo ambiente (una casa alquilada) pueda salir una larga historia de terror. Deduzco, más bien, que era un manicomio.
Hola María Teresa, gracias por pasar a leer «Hendijas», de Mariana Travacio. Efectivamente, el cuento plantea una situación bastante desconcertante, también inquietante. La casa, como bien se indica desde el inicio del relato, es una propiedad que el protagonista ha comprado. «Compré esta casa porque me gustó la galería», dice en el segundo párrafo. Si te refieres a la casa desde la que proviene la voz que el hombre escucha, no podemos saber si es alquilada o no, pero sí que es la casa vecina, lo dice también al principio, y también que la voz es la de una mujer, una sola, ya que dice «He llegado a pensar que hay una mujer atrapada en esos respiraderos», una metáfora, obviamente. El personaje no habla de varias voces, habla de esa voz de mujer que, incluso, parece hablarle a alguien más, pero ese alguien más nunca se escucha. Tampoco creo que se trate de un manicomio esa casa vecina porque no hay nada en el relato que haga sospechar o lleve hacia ese lugar.
Me alegra que hayas disfrutado de esta lectura. Me encanta que podamos compartir estos intercambios.
¡Un abrazo!
Hola, llegué tarde al club. Tratando de imaginar de donde viene la voz creo que es la voz de la conciencia que viene del pasado del protagonista, un fantasma que lo persigue y del cual se ha habituado. Es tarea del lector dilucidar el enigma, que tal vez viene desde nuestro propio interior. Un cuento inquietante.
Al leer pensé que se trataba de fantasía, imaginaba la situación de oír esa voz… Quizá somos parte de mundos que coexisten en el mismo tiempo y que a veces podemos acercarnos a ellos por las «hendijas».
Pensaba también en el sufrimiento actual de muchas mujeres y como claman desde el fondo de la tierra, quejas grabadas en las paredes, en la memoria de los sitios.
Un cuento maravilloso…
Muy atrapante su narrativa. De a poco se va volviendo inquietante, peligrosa, al final llegué a pensar en homicidio. Interesante cómo hace de un conflicto ajeno, la vecina, una lectura de cuestiones personales que deben ser exorcizadas.
Qué buena propuesta esto de leer, reflexionar y compartir con otros compañeros de lectura!
Gracias por pasar, Lilian. Efectivamente, este cuento se presta a hacer muchas conjeturas. Ojalá también disfrutes los otros cuentos.
Un abrazo.
Recién me sumo al club de lectura ¡Que linda propuesta! Me gustó mucho el cuento, muestra extrañeza en lo cotidiano y una tensión permanente, no se sabe de dónde provienen realmente las voces.
Bienvenida, Sofía. Gracias por el interés y espero que disfrutes de todos los cuentos.
Un abrazo.
La búsqueda desesperada para canalizar una deuda interna, sufriente, encuentra su espacio en una galería. Un vertiginoso juego morboso, pero individual, q se trasluce en un final catártico frente a las hendijas de una historia senil.
Gracias por pasar a leer y dejarnos tu comentario, Marcelo.
Un abrazo.
Muy bueno el cuento, gracias por la elección! Me gustan estas historias en las que lo ominoso pareciera estar al acecho en cualquier objeto o eventualidad de lo cotidiano. Y donde también hay algo de la fatalidad en las decisiones de los personajes, incluso en las más inofensivas o prosaicas. Desde el vamos sabemos, como lectorxs, que no hay escapatoria y algo va a salir mal. Gracias de nuevo!
Qué bueno que hayas podido pasar a leer y dejarnos tu comentario, Alejandra. Este cuento de Mariana está enmarcado, precisamente, en lo Cotidiano. Gracias a ti por la lectura y el comentario.
Un abrazo.
Fantástico que te haya gustado el cuento, Alejandra. Estamos tratando de dar a conocer a esas voces que se conocen poco y nos pone felices que puedan disfrutarlas.
Esperamos que el resto de los cuentos escogidos (y los que vendrán en nuevas selecciones) también te gusten.
Un abrazo.
Me gustó mucho el cuento. Me hizo pensar en un Segismundo visto desde la casa de al lado. Con la vuelta de tuerca de que también se trata de la construcción de una historia «de rebote»: el hombre de la galería también es otro Segismundo, «de estas prisiones cargado».
Nos contenta que hayas disfrutado la lectura, Gabriela. Esperamos poder seguir contando con tu participación.
Ojalá el resto de los cuentos te convoque.
Un abrazo.
Buenas..arranca mi participación en este valioso espacio. ¡Que cuento! una vez liberada de cierta opresión en el pecho, me surgen ciertas ideas. Es excelente el clima de tensión que crea la autora; sutil, de a poco, me iba metiendo en un agujero negro. La creación de imágenes, los recursos de estilo me permitieron «meterme» en la galería, escuchar, estar atenta a esa voz. Y lo que más me impactó del cuento es cómo a partir de una idea, de algo que ella vi venció se arman estas líneas que posibilitan a mi modo de ver, leer algo de otro orden: que bien nos viene a veces la vida de los otros para no preguntarnos por la propia; esa voz del otro que a veces acalla nuestros fantasmas. Y principalmente me encantó esta idea que acerca la autora: como lo tan ajeno, externo, que no me pertenece, una voz que viene del otro lado, puede volverse tan familiar, tan íntimo y cercano para no ver que a todos se nos cuela algo por la hendija…siempre.
Muy interesante tu interpretación del cuento, Mariela. Me encantó eso de «qué bien nos viene a veces la vida de los otros para no preguntarnos por la propia», una lectura que subyace en el relato y lo enriquece. Muchas gracias por pasar a leer y comentar.
Un abrazo.
¡Uuaaaaoo! El final abierto me impactó. Supuse, desde que el narrador protagonista y yo empezamos a oír los martillazos, que la están enterrando a la vecina. Creo que él también lo percibió pero no lo quiso decir…
¡Gracias por divulgar nuevos nombres de narradores argentinos!
Buenísimo que hayas disfrutado la lectura, Maira. Esperamos que el resto de los cuentos también te convoque.
Un abrazo.
Un excelente relato que presenta cierta intertextualidad con Casa Tomada del reconocido autor Julio Cortázar. Los paralelismos serían sobre la trama de un hombre en un lugar común de su vida diaria donde le adviene lo sobrenatural y sobre el recurso del creciente suspenso que atraviesa ambas obras. Se evidencia además en el presente relato el conocimiento de la psique humana por parte de su autora que lo trabaja de buena manera a través de la obsesión del personaje central con esa voz “fantasmal” de la que finalmente es preso.
Muy buena interpretación, Marlon. Nos alegra que hayas disfrutado la lectura y esperamos seguir contando con tus comentarios.
Un abrazo.
Atrapante. Inquietante y lleno de interrogantes. Decididamente la autora sabe cómo retener al lector, hasta el final. Me llevó a muchos sitios y es eso lo que más me gusta de un cuento. Muy bueno, sin demasiadas pretensiones al parecer, pero complejo al final. Gracias por permitirme conocer a esta autora, ya comienzo a buscar más de su material.
Hola Gabriela, ¡qué bueno que hayas disfrutado la lectura! Mariana Travacio es realmente una muy buena narradora. Si vas a buscar algo de ella te recomiendo encarecidamente que busques «Como si existiese el perdón» es una novela realmente hermosa. La publicó Metalúcida editora. Y creo que hace poco la reeditaron. Te dejo un abrazo y nos seguiremos leyendo.
No me gustó el cuento, si bien considero que está bien escrito y es atrapante su lectura. No me gustó en el sentido de que no queda claro qué eran las voces y por qué se fueron. Para mi gusto, hace falta más información. Y no me gustaron, principalmente, las oraciones finales, las ideas, cuando dice: «Me llena de odio». No me gusta la idea de que alguien necesite algo para llenarse de odio. Para resumir mi opinión: disfruté haberlo leído, por el proceso en sí de descubrir a la autora, pero no disfruté el sabor que me quedó. Igualmente, atesoro la experiencia.
Hola Natalia, ¡gracias por pasar a leer y comentar! Es difícil satisfacer el gusto de las y los lectores. Hay quienes preferimos un tipo de historias, o resoluciones, y otros que prefieren cuestiones diferentes. Pero me parece interesante que el cuento te haya despertado incomodidad porque finalmente la incomodidad es una emoción y lo que buscamos cuando escribimos es que quien nos lee se emocione (de la forma que sea) con la obra. Y si fue una experiencia atesorable me parece algo maravilloso. Me alegra tenerte por acá. Espero que alguno de los cuentos que siguen logre conmoverte. Seguiremos trabajando duro hasta lograrlo. ¡Un abrazo!
¡Por supuesto, Maumy! Considero que la idea no es satisfacer el gusto de las y los lectores sino, justamente, impactarlos, de una u otra manera. Por eso atesoro la experiencia, lo que importa es que la historia me haya impactado y provocado una opinión, eso considero importante de este club. Gracias por hacerlo posible.
Gracias por este cuento que me dejó llena de imágenes, emociones e interrogantes. Me resultó atrapante desde el inicio y lo sigo pensando. Felicitaciones a su autora
Gracias por pasar a leer y dejarnos tu comentario, Alicia. Espero que los próximos cuentos también te interesen.
Un abrazo…
Muy bueno el cuento, había escuchado hablar de la autora, pero no había leído nada de ella. No tengo mucho que agregar a los comentarios anteriores, solamente me quedé pensando en por qué el protagonista no tapó los respiraderos cuando la voz empezó a hacerse insoportable. A veces el sufrimiento es una elección.
Gracias, Maumy, por la iniciativa. Participé del taller similar que hiciste desde La Aquateca en los años 2017/2018. Qué bueno que perseveres en difundir literatura buena y no tan conocida.
Seguimos leyendo.
Hola Andrea, ¡qué bueno que te hayas sumado al Club! Sí, Mariana es muy buena. Ahora está trabajando en varias cosas nuevas que seguramente comentaremos desde la fanpage. Espero que disfrutes las próximas lecturas. Estamos trabajando mucho para hacer que este espacio crezca y que cada quien pueda aportar desde su lugar. ¡Un abrazo!
Muy bueno el cuento. La autora crea una atmósfera opresiva, misteriosa, atrapante que va llevando al lector, al mismo ritmo que al personaje. Por momentos, sobre todo al principio, puede pensarse que la voz que escucha el protagonista sólo es producto de su imaginación. Y el misterio de la existencia de los vecinos es algo que prefiere sostener para no enfrentarse con sus propios fantasmas, con sus propios dolores. Por eso, al fin, cuando deja de escuchar los gritos, el que sale a gritar es él. Espero el próximo cuento!
Hola Lucía, me alegra que te haya gustado el cuento. Sí, el ambiente se va enrareciendo y poco a poco nos ponemos en sintonía con la angustia que se le va generando al protagonista. Espero que los próximos cuentos también te gusten. Nos seguimos leyendo. Un abrazo.
Hola, me encanta participar de este Club. El cuento «La hendija» me atrapó desde el primer párrafo, lo que ya es un gran logro de la autora. A medida que avanzaba en la lectura se me aparecían distintas alternativas (tengo la costumbre de ir imaginando posibles resoluciones, pensaba en la situación previa del protagonista y me venía a la memoria el cuento «El patio del vecino» de Mariana Enriquez, y luego una atmósfera densa, muy Poe, que junto con los martillazos me llevaba a un «muerto emparedado» como en el «Tonel de amontillado» o en «Tío Facundo» ; por eso cuando en el final se recupera esa voz tan necesaria para el protagonista, me llegó con un efecto sorpresa y un sentido metafísico, un plano interior enriquecido.
¿Por qué será que varios lectores interpretaron un protagonista femenino? Pienso que por un lado se mezcla autor- narrador y por otro hay en el protagonista una empatía con la mujer, una identificación que lo hace ver femenino, ¿prejuicios? Hasta la próxima lectura.
Hola Anahí, muchas gracias por pasar a leer y dejarnos tu comentario. Me encanta que estés disfrutando la actividad. Sí, el cuento tiene mucha tensión. A mi modo de ver, Mariana logra mantenerla a lo largo del relato. Me gustó mucho eso que acotas sobre que al final se recupera esa voz tan necesaria para el protagonista, su efecto de sentido metafísico, «un plano interior enriquecido». Muy interesante. Por otro lado, coincido con tu opinión sobre la confusión de la voz que narra, me parece (como le comentaba a Nuria y Natalia más arriba) que solemos asociar al femenino las voces en primera persona si quien escribió el relato es una mujer. ¿Qué tendría que haber tenido esa voz en el inicio para que unívocamente la asociáramos a un hombre? ¿Es absolutamente necesario que se mencione literalmente al género para que quede claro que es un hombre? Difícilmente podría asociar la voz que narra al inicio con una mujer, pero lo más fácil es asociarlo a la voz de la autora y ahí es donde (me parece) caemos en el error (confieso que por un instante yo también caí).Tenemos que seguir deconstruyéndonos. Nos leemos más tarde. Un abrazo.
Hola, encantada de participar del club de lectura.
Este relato me pareció intrigante, la tensión va en aumento en cada párrafo. Sentí cierta extrañeza cuando supe que el protagonista / narrador era varón, tal vez por ser una autora, en ese dualidad que tiene nuestro idioma, me figuré a una protagonista mujer.
Lo que me hizo decaer la intriga fue la resolución, no me quedó claro que le pasó al narrador para, de un momento a otro, tener esa lucidez que no tenia antes. En mi opinion, algo más ambiguo para el fin hubiera mantenido mas la tensión. Tampoco queda del todo claro que fue lo que quiso decir la mujer de la inmobiliaria cuando se refirió a los vecinos horribles.
Por ultimo, me recordó a «Psicosis».
Muchas gracias, saludos
Nuria
Yo también pensé al principio que la protagonista era una mujer. Me sorprendí luego al saber que era hombre.
Creo que muchas veces pasa que asociamos a la voz que narra en primera persona con una mujer si quien escribió el cuento es una mujer. Sin embargo, en el segundo párrafo ya se menciona el género del protagonista, al decir que estaba «absorto con la galería». En realidad, desde que el cuento arranca, quien cuenta lo hace con un tono bastante neutro, difícil de asociar con una mujer o un hombre. Insisto, tal vez al no quedar claro desde el principio con una referencia al género puede crearse cierta confusión, precisamente, por aquello que comentaba. Pero para mí el cuento se sostiene perfectamente. Un abrazo, Nuria. Un abrazo, Natalia. ¡Y seguimos leyendo!
Gracias por la lectura y el comentario, Nuria. Nos alegra que estés disfrutando de la actividad. Esperamos que el próximo también te convoque. Un abrazo…
Me encantó, esto de lo intrigante que aparece en algo tan cotidiano como escuchar a los vecinos.
Nos alegra que te haya gustado el cuento, Fabiola. Esperamos que sigas leyendo y compartiendo tus impresiones. Un abrazo…
Me parece muy buena la estrategia elegida a modo de diario porque la tensión se va fundiendo con los sonidos y con el tiempo y ambos, amalgamados, producen un efecto cautivante donde se observa la evolución del narrador/personaje hasta el final.
Hola Fabio, te había contestado el mensaje hace varios días pero por alguna razón no salió la respuesta. En fin, te agradezco mucho la lectura y el comentario. Me parece fantástico que estés disfrutando la actividad y espero seguir leyéndote por acá.
Te dejo un abrazo.
Me encantó. Es atrapante y se percibe un ambiente perturbador que va uniendo a los personajes.
Gracias «La Balandra» por esta propuesta.
¡Gracias por sumarte a leer y comentar, Noemí! Estamos muy contentos de poder acercar nuevas voces al público lector. Ojalá el resto de los cuentos también te convoque.
Un abrazo…
Un principio interesante y vertiginoso. Y me gustó el final. Me costó por momentos imaginar la voz del narrador como la de un varón. Prejuicios, seguramente. Una buena manera de conocernos que propone «La Balandra»
¡Gracias por sumarte a la lectura, Javier! Nos alegra poder acercar nuevas voces al público lector. Espero que nos sigas acompañando en las próximas lecturas.
¡Un abrazo!
Interesante, te atrapa hasta el final, mantiene el suspenso, quiero leer más..
¡Gracias por participar con tu lectura y comentario, Marcelo!
Puedes leer más de Mariana en su libro de cuentos «Cenizas de carnaval» que publicó Tusquets.
¡Un abrazo!
Me resultó interesante el modo en que sitúa el pasaje que se da frente a lo horroroso, encarnado en eso que al principio se impone e irrumpe desde afuera de la escena, no reconocido por uno, ajeno, y que se dirige inevitablemente hacia lo más íntimo y familiar. Por otro lado, me costó creer que el protagonista fuese un hombre.
¡Gracias por sumarte a la lectura, Nicolás!
Un abrazo…
Gracias a ustedes por proponer este espacio donde correr un poquito a la lectura del lugar solitario en el que queda relegada. Saludos!
Me alegra que hayas disfrutado la lectura, Nicolás. Gracias por tu lectura y comentario. Un abrazo.
Me gustó mucho el cuento. Atrapa al lector desde el comienzo y la historia es muy verosímil. Ambos protagonistas se relacionan a través de las hendijas. Gracias por esta propuesta
Gracias por la lectura y el comentario, María Cristina. Esperamos que disfrutes el resto de los cuentos.
Un abrazo…
Es un cuento que atrapa desde el principio. Pude percibir, antes de leer que está basado en una situación real, esta característica. Claramente la autora vivió una situación similar que detonó en este cuento. Está muy bien logrado el suspenso, la incertidumbre del pasado que persigue al narrador. ¿Cuán tremendo, cuán oscuro puede ser ese pasado como para necesitar escuchar esos insultos tan llenos de odio? Sentí una atmósfera parecida a los cuentos de Poe. Los demonios internos y externos, la locura de lo cotidiano. Me encantó.
¡Qué bueno que hayas disfrutado la lectura, Carolina! Gracias por sumarte a participar y comentar.
Un abrazo…
Excelente. Me atrapó la historia tanto como al protagonista lo atrapa esa voz. La escritora transmite muy bien la atmósfera a lo largo del cuento.
Gracias «La Balandra» por esta propuesta.
¡Gracias por tu lectura, Melé!
Un abrazo…
Muy buen desarrollo, excelente vocabulario entendible y atrapante…
Me gusta leer este tipo de historias cotidianas que a partir de un acontecimiento nuestra cabeza puede disparar para cualquier lado!
Gracias a la autora por devolverme el interés en este tipo de narraciones!
¡Qué bueno que hayas disfrutado la lectura, Romina!
Un abrazo…
Me gustó, sobre todo el ritmo. Hacia el final decae. La descripción de la fiesta está genial. Gracias a «La Balandra» por esta propuesta.
¡Gracias por sumar tu comentario, Silvia!
Me gustó el cuento especialmente cuando se desarrollan acciones (aparece la voz, escucha lo que dice, intenta identificar de que casa proviene, etc). Creo que el cuento se afloja un poco cuando el narrador explica lo que piensa (incluso hay un problema cuando en un párrafo dice que no sabe si sale en busca de la voz y luego detalla el día a partir del cual que empezó a buscar la voz).
La idea me parece novedosa y muy bien contada, más en la primera mitad, que creo que atrapa más al lector. Cuando el narrador nos devela su pasado, nos explica que necesita esa voz y el por que de esa necesidad, se pierde el misterio, la incertidumbre, esa atmósfera sombría que había logrado construir y de la que hubiera preferido que no me sacara.
Me parece una buena historia, que sin las explicaciones sería muchísimo más potente
Gracias por sumar tu comentario, Flavia.
¡Un abrazo!
Una historia inquietante.Mariana Travacio consigue transmitir una atmòsfera opresiva a lo largo de todo el cuento
Sí, Viviana. ¿Viste qué maravilla como Mariana logra construir la opresión creciente? Un gran logro de este cuento.
Muchas gracias por sumar tu opinión.
¡Abrazo!
Sin duda, Maumy.Es todo un logro la construcciòn de climas que Mariana logra en este cuento.
MUY BUENO.La sensación de tensión está muy presente en toda la trama.
Un recorrido intenso, confuso entre el adentro y el afuera de la protagonista.
Sorpresivo y abierto a jugar con varias especulaciones….imaginativas o reales.
Un recorrido inquietante, certero en su relato firme.
La vida ajena imaginaria o real, el vuelo de la mente hacia muchos caminos posibles.
Felicitaciones a la autora y gracias por establecer este canal de comunicación.
Gracias por sumarte a comentar sobre la lectura, Pablo. Sí, este es un cuento con un recorrido muy inquietante, tenso. Mariana es una gran narradora. Te dejo un abrazo.
Me alegra que hayas disfrutado la lectura, Pablo. Efectivamente, Mariana trabaja muy bien la tensión en el relato. De hecho, es ese uno de los puntos fuertes de este cuento. Gracias por pasar a leer y dejarnos tu comentario. Un abrazo.
Un hombre solo y la necesidad de exorcizar los fantasmas de un pasado que lo condenan a un dolor eterno. «Hendijas» por las que se cuela una vida de reproches y de odios. El lector queda atrapado junto al protagonista, en esa galería que se ha convertido en un infierno privado.
Un cuento para repensar los vínculos de parejas y el valor de las palabras…las que se gritan y, también, las que se callan…
Hermosa lectura. ¡A disfrutarla!
¡Hola María Rosa! Efectivamente, «Hendijas» es un cuento que deja en evidencia los vínculos y el valor de las palabras, así como bien dices. Por supuesto, este es uno de los valores que deja traslucir, un significado que terminamos de completar como lectores. Me alegra que hayas disfrutado este primer cuento. Espero que los demás también te gusten.
¡Un abrazo!
Excelente cuento. Atrapa al lector desde el mismo comienzo y uno se queda enredado en la trama sin poder huir, condenado como el personaje a escuchar, a ser testigo sin serlo. Y a repetir la historia.
Felicitaciones a la autora.
El cuento es excelente, muy bien escrito. Es muy interesante lo que cuenta la autora sobre su escritura y ver cómo se ficcionaliza un hecho cotidiano y real y el efecto que este hecho causa en el autor. Más allá de cómo lo vive el lector. Muy buen nivel de este primer cuento, ojalá los próximos sean también de esta calidad literaria.
Hola Alicia, muchas gracias por dejarnos tu comentario. Me alegra que te haya gustado el cuento. Mariana Travacio es una gran narradora. Su obra está llena de detalles. Y su ojo narrativo es muy agudo. Este cuento es una buena muestra de eso. Esperamos que también llegues a disfrutar la lectura de los otros cuentos, cada autor tiene su propio matiz y en esa diferencia radica precisamente su riqueza.
Te dejo un abrazo.
Un narrador masculino. Cito:»por qué nunca lo oigo a él»,»que tengo mis propios fantasmas»,»yo venía escapándole a mi propio infierno», «Como si mi pasado…Y arrepentirte», «Me atormentaba la idea de perder mi historia, de repetirla»,»No he encontrado otro modo de exorcizar mi pasado», «Este método parece funcionar». Sentí que él era ese hombre gritado, ese asesino que la mató, ese pobre hombre loco. Muy bueno.
Muy bueno. Te hace pensar como a veces lo externo se convierte involuntariamente en parte tuyo y puede convertirse a la vez en fuente de exorcismo de los propios fantasmas y en nuevos demonios personales
Precisamente, Paola. Me encanta lo que ha venido generando la lectura de este cuento.
Muchas gracias por compartir tus impresiones.
Un abrazo.