Literatura y deportes
Díganme ringo
por Alejandro Duchini
“Mido 1.78 de estatura. Soy todo viveza, menos en los pies. Le doy seis puntos a mi cara, de seis para abajo; tengo diez puntos en picardía; dos puntos en inteligencia; diez puntos en viveza. Ahora, si se suma picardía, inteligencia y viveza, son veintidós puntos y esa es la gracia, juntar las tres. Si no las juntás, sos un gil”. Oscar Natalio Bonavena –Ringo– fue el primer deportista mediático de la Argentina. Está en el top de los boxeadores argentinos. Y eso que no fue campeón del mundo. Se subió a los escenarios de teatros, participó de películas, fue cantante. Nunca pareció importarle el qué dirán.
Construyó un personaje de barrio a partir de Parque Patricios. Las pastas de su mamá, Doña Dominga, se hicieron famosas, y sus almuerzos se vieron por televisión. En su casa almorzó Emile Griffith. Huracán, su club, lo homenajea con estatua en la sede y otra en la cancha, además del nombre en la tribuna. El rock también: en 2011, Massacre grabó un álbum de 11 canciones que se tituló Ringo. Tres años después, Las pastillas del abuelo editó un disco en su homenaje, El barrio en sus puños.
El 7 de diciembre de 1970 Ringo perdió con Muhammad Alí en el Madison Square Garden pero eso fue lo de menos. Lo que se recuerda sucedió antes, cuando en el pesaje le dijo a Alí “chicken, chicken”. Alí amagó con pegarle, pero no esperaba que Ringo hiciera lo mismo. La sorpresa del norteamericano fue llamativa y causó risas. “Vaca de pies cansados”, le dijo Alí. “Andá a la puta que te parió”, sintetizó Bonavena, ganador del duelo verborrágico.
“Corrían los últimos días de mayo de 1976. Sólo dos meses antes, los militares habían derrocado al gobierno de Isabel Perón y se instalaron en el poder. Pero ni el miedo ni la lluvia de aquel día impidieron que, por primera vez después del golpe de Estado, miles de argentinos salieran a las calles para llorar a su ídolo. Horas antes había muerto Ringo Bonavena. Una bala le perforó el pecho y lo vació de vida en las puertas de un burdel de Nevada, después de sesenta y ocho peleas en las que nadie había logrado imponerle la cuenta de diez. El velatorio del boxeador fue uno de los más multitudinarios que conoció Buenos Aires. Sin embargo, Ringo no le había dado a la Argentina las glorias de un título mundial. Tampoco deleitó a especialistas y aficionados con despliegues técnicos. ¿Cómo explicar el rol protagónico que su figura ocupó y ocupa en el imaginario popular?”. Así comienza Díganme Ringo, la gran biografía del periodista Ezequiel Fernández Moores sobre Bonavena.
Empezó a escribirla en 1989 y fue publicada en 1992 por editorial Planeta. En la foto de tapa, Ringo duerme como un bebé, hasta tiene un chupete. Juan Forn resultó fundamental para su publicación. Eran tiempos en los que la literatura deportiva estaba mal vista, minimizada. Fuera de catálogo, en 2015 Díganme Ringo fue reeditado de manera artesanal y prolija por Periodistas viajeros. La tapa es otra, un dibujo de Sebastián Domenech en el que se ve a Ringo boxeador pero con una nariz de payaso. Nunca algo solemne. El libro ahora se vende por redes sociales. Material obligado de consulta. El interés no decrece.
¿Qué pasa con Ringo que a casi 50 años de su muerte su figura se agiganta? ¿Un muerto que no para de nacer, como cantan los de La Bersuit? Hay remeras con su rostro y con sus frases, como las que luce el ex cantante de Los Piojos, Andrés Ciro Martínez, cuando sube a los escenarios. Por estas horas se estrena la ficción Ringo. Gloria y muerte. En 2010 se estrenó en los Estados Unidos Love Ranch, con Helen Mirren, Joe Pesci y el español Sergio Peris-Mencheta, basada en la triple relación entre Joe Conforte, Sally y Ringo. De la mano de Sebastián Ortega y Carlos Sorín, Rodrigo de la Serna estuvo a punto de ser Ringo, pero los costos suspendieron el proyecto. El director de cine José Luis Nacci encaró su figura por el lado policial en Soy Ringo, un documental de 2014 en el que cuenta su muerte.
Periodista y escritor, pero sobre todo entrevistador genial, Rodolfo Braceli lo incorporó en uno de sus libros. Vayan a leer, ni bien puedan, las tres entrevistas de Argentinos en la cornisa. Cornisa de la picardía, lo presentó. Dos de 1970 y una del 72, cuando venía de “perder su sexta pelea consecutiva en los Estados Unidos. Perdió con un anciano que alguna vez fue boxeador” (por Floyd Patterson). Fue una de las pocas veces que habló de su padre: “A mí me basta con que mi viejo, esté en el cielo o esté donde esté, sepa lo que yo hice en el ring”. Un Ringo humano, demasiado humano. Imposible no quererlo a través de lo que le dice y cómo se lo dice a Braceli. Pero lo mejor viene después, cuando Braceli cuenta a Ringo más allá de las charlas. Recuerda un domingo en el que Ringo inauguraba una nueva casa con ravioles de Doña Dominga incluidos. Había un periodista del interior que vivía en una pensión. Cuando terminó el almuerzo y el periodista se iba, Ringo lo encaró: “Pará. ¿A dónde vas? ¿Vas a comerte el domingo a la tarde solo en una pensión? Vení conmigo al hipódromo. Seguro que nunca fuiste”.
Les voy a contar cómo sigue la historia. Ringo le dio dinero y cada uno jugó por la suya. El periodista ganó unos pesos pero Ringo perdió todo. Entonces le pidió el dinero y lo jugó él. Tuvo su revancha. Se fue con el dinero. “Si te llevás la guita la perdés con la primera mina que se te cruce”, se disculpó. Al fin de cuentas, la plata era suya. Pero al día siguiente lo llevó a una concesionaria y le compró, con esa plata, parte de un cero kilómetro. Al periodista le quedaban por pagar unas cuotas.
Ese compendio de anécdotas Braceli lo cierra así, tras recordar que unos días antes de su muerte le hizo la última entrevista: “Después de ese encuentro a Ringo le pasó lo que le pasó: fue a buscar su muerte en un lugar como de película, Reno, Nevada, en los Estados Unidos: 22 de mayo de 1976, una bala de gánster en el corazón. Estoy seguro que si hubiera visto la película de su muerte se hubiera puesto orgulloso, hubiera sacado pecho”.