Lecturas: Limítrofe
Corpus que busca el ensamble
por Laura Galarza
“Como si fuéramos de otro mundo, carajo; de otra tierra, de otro país”, dice el protagonista de uno de los cuentos de Limítrofe. Relatos continentales. Y acaso esa frase represente el phatos que aúna a estos cuentos de escritoras y escritores latinoamericanos que viven en diferentes países. Esa voz que reclama, convoca, alerta. Denuncia exclusión, desigualdad. Porque hablar de literatura latinoamericana es una construcción social, política, económica y cultural que trasciende lo geográfico. Son en tal caso esas maneras de habitar el mundo con lo que se queda el lector después de la lectura de este libro, destacable iniciativa de Libros de UNAHUR (Universidad Nacional de Hurlingham) que con su colección de literatura Transurbana, iniciada con su anterior, Conurbe, busca visibilizar autores y autoras de Latinoamérica.
En “La casa sobre la tierra”, de Lalo Barrubia, hay “dos lados” donde se puede habitar: los del otro lado, hablan a los gritos “no es que se pelearan tanto, es la manera que tienen ellos”. “En ahí en el paraíso”, de Ulises Gutiérrez Llantoy alguien recorre una foto del secundario donde va develando quién se fue y quién quedó en el pueblo; quién se hizo ingeniero a quién se le desintegraron los sueños. En “Centro” de María Fernanda Ampuero, una chica sale con su profesor que la hace conocer los secretos de una clase diferente: con él, además de descubrir el dolor de lo prohibido, “va al centro”. “La cortado”, el relato de Carolina Lozada, se llama a un pueblo a 2500 metros sobre el nivel del mar donde se refugian sus protagonistas después de perder todo por un gobierno despótico. Estas referencias a lo territorial, a lo limítrofe como diferencia de clase y posibilidades, es uno de los tantos vectores de lectura.
En otros pueden ser, además, la cuna y la nostalgia, la tierra como punto de fuga. “Ríos de alambre”, de Daniela Taranzona, comienza: “Escribo este texto tras haberme ausentado de mi sitio de nacimiento: la Ciudad de México”. Y Daniel Quirós en “Árbol criollo en siete capítulos”: “Mi bisabuelo fue el primero”, para luego contar cómo las generaciones emigran tras el sueño americano.
Otros, como “Xocomil”, de Rodrigo Fuentes, donde un chico se mete al lago “para salvar sus pecados” y la familia culpa a su sirviente, o en “Dos perros”, de Laura Ortiz Gómez, donde alguien dice: “Eso es culpa de los indios que se tomaron el país”, se explora el drama subjetivo con la diferencia de clases y la explotación como trasfondo. También en “Conejitos” de María del Carmen Pérez Cuadra.
Un punto aparte para la decisión de incorporar un relato brasileño (de Marcelino Freire) en lengua original y en su versión traducida. Es destacable la compilación con curaduría de Julián López; el libro funciona como un corpus armónico y de calidad que permite un ensamble completo, como si acaso cada una de las plumas que integran la colección fueran una. ¿Y acaso no es eso Latinoamérica? O al menos es el deseo – de ser una unidad- que como una llama eterna brilla aún en los peores momentos.