Lecturas: Alguien a quien contarle todo

El todo de los fragmentos

por Victoria Martínez

Si se mueve el tubo, los espejos actúan, las figuras cambian. Cuando se lo apunta sobre la luz directa de una ventana, vuelven a modificarse. Simétricas, estrelladas, formando un continuum. Algunas desaparecen enseguida y al volver el movimiento atrás, ya no se encuentran.

Lucía, la protagonista de Alguien a quien contarle todo, mira y vive como a través de un caleidoscopio. Los cortes irregulares de su vida, los eventos, las relaciones que atraviesan el texto, juegan en compases de luces y de sombras. Se rompen y se vuelven a unir para dar sentido a los sucesos narrados. A través de las costuras de los relatos se cuelan el matrimonio, las amistades, el trabajo, los duelos, la familia, el fin de la pareja.

Joana D’Alessio estructura una novela que es concéntrica y descentrada al mismo tiempo. Los núcleos narrativos se cruzan y se separan, vuelven a unirse. Los fragmentos se recomponen y tienen a Lucía como punto de encuentro. En el entramado, también toman color los miedos, los deseos y las miserias de la vida propia, entre giro y giro de la mano que arma la voz narrativa, con cada pequeño movimiento de este caleidoscopio para leer, Lucía salta de relato en relato. Oscila como una equilibrista entre el humor, la ironía y la tristeza. Todo salto se produce sin dolor, sin exacerbar sentimientos que podrían romper el equilibrio delgado por el cual una figura deja de ser luminosa para pasar a la opacidad.

No hay tiempo para el sufrimiento porque la lectura corre veloz. Así se arma toda una constelación de relaciones que bien podría leerse como la génesis de un guión. Tal vez haya algo de esta parte de la profesión de la autora que se cuela para dejar entrever que, entre relato y relato, no hay más que escenas de una misma vida.

En un determinado momento el juego de espejitos y figuras parece caer al suelo y romperse, los vidrios de colores que arman los relatos se esparcen y el lector puede volver a unirlos, el juego ya es otro, las piezas encastran y la geometría visual del caleidoscopio se convierte en un rompecabezas que se une a partir de una pieza central, Ezeiza, el relato que parece orbitar entre y ante todos los demás. El resultado final solamente puede verse tras hacer y deshacer en un juego donde escritura y lectura se completan entre sí. 

La misma D’Alessio explica en alguna entrevista que Ezeiza fue escrito mucho tiempo antes y que es una suerte de núcleo que integra a los demás relatos que estructuran la novela. Es el tubo que contiene las piezas de colores, que sostiene los espejos por los que fluyen las relaciones padre-hija-ex pareja, es la forma a partir la cual la personaje central conecta y desconecta momentos que podrían dar en drama y terminan en descripciones hilarantes al borde de la risa.

El texto es una novela y son un montón de relatos, es un todo que se rompe y se vuelve a armar. Representa algo así como la tragicomedia de la vida, al mejor estilo Lope, pero de una actualidad en la cual los lectores podemos vernos pasando por regiones de oscuridad y luz, de risa y angustia, sin escalas. 

La unión perfecta en la cual, al igual que Lucía, podemos alimentarnos y potenciarnos de las roturas que la voz narrativa nos propone para saber que todo pasa, mientras pasan otras cosas. La novela se vuelve, nada más ni nada menos, que ese lugar donde hay alguien a quien poder contarle todo.

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