Dossier Día del amigo: Lecturas

La lectura como una forma de la amistad

por Hernán Carbonel

Pensemos en un pueblo de provincia en plena dictadura. Pensemos en dos estampas de la cultura argentina de entonces y a esas dos estampas, a su vez, representadas en dos personajes. Andrés Galván, un cantor de tangos en decadencia –a la postre narrador de la historia–, y Tony Rocha, un boxeador venido a menos, han sido contratados para el festival que conmemora el aniversario del pueblo, organizado por las autoridades militares. Pero nunca, nada, como en las novelas de Soriano, y como en muchas novelas en general, resulta tal cual lo pensado. Rocha y Galván, renuentes a lo que los rodea, construirán un vínculo frente a las adversidades y se irán amistados por las fatalidades que les han tocado atravesar.

Sabrán, quienes hayan leído Cuarteles de invierno, de qué se trata. Novela que trascurre en el mismo pueblo en que fuera ambientada No habrá más penas ni olvido, Colonia Vela, ese Macondo o Santa María de Osvaldo Soriano. Ambas, llevadas al cine; una, dirigida por Lautaro Murúa; la otra, por Héctor Olivera. 

Y lo que une a Galván y Rocha no dista mucho de esa bellísima y delirante relación que entablan Soriano –ya no sólo autor, sino también personaje– y Philip Marlowe –sí, ese, el de Raymond Chandler –en Triste, solitario y final. El periodista argentino que va en busca de las ultimas estelas de memoria de Stan Laurel y Oliver Hardy y el detective avejentado que, juntos, se trenzan en una serie de frenéticas y desopilantes aventuras.

¿Contarse a sí mismo en tercera persona? Por qué no. ¿Ponerse a bailar a la par de Chandler? Claro. Si de ahí, de El largo adiós, viene el título de la novela, de su anteúltima página: “Fue lindo en su momento. Hasta siempre, amigo. No te diré adiós. Lo dije cuando tenía algún significado. Lo dije cuando era triste, solitario y final”.

De un final a otro:

–Dígame, Soriano, ¿por qué se le dio por meterse con el gordo y el flaco?

–Los quiero mucho.

–¿No tenía otra cosa que hacer? Durante los días que estuvimos juntos me pregunté quién es usted, qué busca aquí.

–¿Lo averiguó?

–No.

Búsquenlo por ahí, en libros, en internet, en los ecos de las narraciones orales de toda una generación, está lleno de anécdotas, el culto a la amistad que profesaba Osvaldo.

DOS

Es vastísima la narrativa contemporánea en que la amistad es protagonista. Abarcarlo por completo sería imposible. Pero pensemos en “Los amigos” de Cortázar, título por lo demás irónico, ya que se trata de todo lo contrario: traición y venganza, Beltrán y Romero “antes de que la vida los metiera por caminos tan distintos”. Pensemos en los adolescentes de San Pedro presentándose, ganados por el temor y la vergüenza propia de un iniciado, en el cabarulo del pueblo, en busca de los primeros contactos de la carne, y encontrándose con “La madre de Ernesto”, de Abelardo Castillo. Otro final: “Entonces lo dijo. Dijo si le había pasado algo a él, a Ernesto. Cerrándose el deshabillé lo dijo”.

O en ese canto al futbol y a la ternura, a los dones con que se manufactura la camaradería, que es Papeles en el viento, de Eduardo Sacheri. Tras la muerte de uno de los amigos de la barra de toda la vida, el resto no sólo deberá llevar adelante la pérdida emocional, sino también saldar una deuda: rescatar del ostracismo a un futbolista que pintaba para promesa y terminó perdido en humildes clubes del interior, para garantizar el futuro económico de la pequeña hija de su amigo fallecido. Si no la leyeron, léanla, aunque no les guste el futbol. Fue llevada al cine en 2015 por Juan Taratuto, protagonizada por Pablo Rago, Pablo Echarri, Diego Peretti y Diego Torres. (Qué bien pegan en el cine las historias sobre la amistad, ¿no?)

Y eso que para este recuento estamos dejando de lado, entre tantas otras cosas, la saga de La amiga estupenda, de Elena Ferrante, tetralogía sobre Lenù y Lila, dos amigas que crecen en un barrio pobre de Nápoles de los años ’50. Sí: fue llevada a la televisión en formato serie. (¿Vieron? Se los dije en el paréntesis anterior.)

TRES

Un lugar común dice que a la familia no se la elige y a los amigos sí. Bienvenida sea la definición. Y bienvenidas sean las lecturas. Nuestras lecturas se convertirían, entonces, en una forma de la amistad. No sólo porque nos acompañan, sino también porque, de algún modo, las elegimos.

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