Perfiles: Pedro Lemebel

Una voz desde el deslinde

por Natalia Neo Poblet

“Mi cuerpo es un campo de batalla”

Pedro Lemebel

Pedro Lemebel escribe con el cuerpo. Corporiza las minorías y las encarna con su voz de mariquita loca. Su deseo político se escribe, su deseo es el lenguaje del cuerpo. Escribir sobre Lemebel es escribir sobre la vida, lo vivo, la lucha, el dolor y el amor.

En una de las tantas entrevistas que le hicieron y a las que iba con gusto, dijo que después de la muerte de su madre quedó huérfano y que a partir de ese momento su escritura estaba complicada. “Quizá mi único sentido era tener un lugar materno que siempre me estaba esperando, al que quería llegar. A lo mejor mi camino era volver a esa tibieza del vientre”. Relata desde ese calor materno que siempre lo contuvo. Su hacer era una deconstrucción y planteaba a la homosexualidad como una sub-versión. Su barroca y florida poesía musical tiñen su militancia artística. Siempre supo que “leer y escribir son instrumentos de poder más que de conocimiento”. 

Su atuendo: lentes y un pañuelo que le envuelve la cabeza. Usaba uno negro con las carabelas blancas típicas mexicanas y decía que él llevaba a los muertos de la dictadura en la cabeza. Sentía el dolor del pueblo.  

Compone en el deslinde. Su voz proclama luchas de clase en un Chile comandado por la dictadura y el totalitarismo. Denuncia los discursos de la derecha y aborda lo marginal de una sociedad: las travestis, el Sida, la homosexualidad, la prostitución y el mundo gay en los diferentes barrios. Su lengua es política.

En sus libros de crónicas y en su novela Tengo miedo torero, Lemebel muestra que no es cómplice de ningún tipo de silenciamiento. Las contradicciones de la vida hicieron que fuera perdiendo su voz por un cáncer de laringe y muera a los 62 años, un 23 de enero del 2015. Nos dejó su escritura irreverente y la resonancia de su voz que Seix Barral recuperó editando su obra.

Su lengua subversiva hace tambalear la hegemonía ideológica, religiosa, política y gramatical. De ese modo mueve la estructura patriarcal. Sus crónicas son una forma de visibilizar lo disidente y lo segregado contra lo normativo. Denuncia toda forma de colonización y de dominación: la división sexual del trabajo, el poder masculino, los privilegios de ser varón, hétero, blanco y occidental.

En una de sus crónicas dice: “Aprendo la lengua patriarcal para maldecirla”. Porque hace alianza con aquello que queda por fuera de la jerarquía del poder. Se alinea con lo que está en el margen, lleva a cabo una militancia corpórea con los indígenas, las disidencias sexuales, la informalidad laboral, el trabajo sexual. Su manera de habitar el mundo fue crear un contra-poder. Fue gran amigo de Gladys Marín, líder del Partido Comunista. Al morir la madre de Lemebel, fue ella quien lo sostuvo y pasó a ocupar un lugar materno. Y al morir Gladys Marín, en marzo del 2005, Lemebel sintió que otra madre se le iba. “Devengo coleóptero que teje su miel negra, devengo mujer como cualquier minoría”. 

Pedro Segundo Mardones Lemebel​, a sus 30 años, se saca el apellido paterno y usa solamente el materno en consonancia con sus creencias y sus decires. Su lengua despatologiza y de ese modo va haciendo un tratamiento de la otredad. Hace entrar lo otro como extranjero y de ese modo logra visibilizar lo social a través de un discurso obstinado e insobornable. 

A principios de los años 80, Lemebel comienza a tener relaciones intelectuales y políticas con un grupo de escritoras feministas ligadas a la izquierda y en resistencia contra el gobierno dictatorial de Pinochet. Debido a que su homosexualidad pública no tuvo buena recepción con algunos y algunas de esa organización, es que, a modo de protesta, en 1986, escribió un Manifiesto titulado Hablo por mi diferencia. Lo leyó en la estación de ferrocarril Mapocho de Santiago de Chile.

Escribe en su Manifiesto:

“No soy un marica disfrazo de poeta

No necesito disfraz

Aquí está mi cara

Hablo por mi diferencia”

Ese testimonio atestigua su militancia y su aire performático travesti con sus zapatos de taco. Esta intervención fue la antesala del dúo que armó, al año siguiente, con Francisco Casas, Las Yeguas del Apocalípsis, que consistía en interrumpir sorpresivamente eventos culturales para cuestionar el sexismo y lo héteronormativo en todas sus dimensiones. Hacía performance sin saber que se llamaban así las intervenciones que llevaban a cabo en el ámbito de las artes visuales, literarias y hasta en la subcultura punk. No estaban enfocadas en el reclamo a conquistar derechos, sino en denunciar la violencia y en visibilizar las relaciones de poder. Debutaron en la entrega del Premio de Poesía Pablo Neruda al poeta Raúl Zurita. Interrumpieron la celebración poniéndole una corona de espinas al poeta. En otra oportunidad se interpusieron, en un evento previo a las elecciones de 1989, subiéndose al escenario con tacos, plumas y un lienzo que decía “Homosexuales por el cambio”; Francisco Casas le dio un beso en la boca al candidato Ricardo Lagos antes de bajarse de las tarimas. Los objetos artísticos y políticos de las Yeguas del Apocalipsis eran más que nada la homosexualidad y el HIV-SIDA.

Lemebel escribe sobre lo diezmado de la sociedad y hace de eso un culto de pertenencia. Su lengua va contra el individualismo como objeto de consumo del mercado efecto del sangriento capitalismo. Cuando le hicieron el último homenaje en vida, unos amigos lo ayudaron a escaparse unas horas del hospital donde estaba internado. Su funeral, en el cementerio Metropolitano, fue en la calle. Popular como fue él, con el pueblo llorando, las rosas volando sobre su ataúd y pétalos que escribían su nombre sobre el asfalto. La gente sostenía carteles que decían: Hasta siempre mariquita linda.

Escribe con el ruido urbano de fondo, en las calles. Su primer escenario fue su infancia en la orilla del Zanjón de La Aguada, en el barrio La Legua vivía en el medio del barro. Siempre sintió el desarraigo y desde ahí traducía la sonoridad de su época. Representaba el cruce de clases.

Rebelde, valiente y maricón. Poético y lírico. Prestó su voz a cada uno de los que la sociedad se forzó en callar porque supo que no hay lucha más devastadora que la mudez y el silencio. “Ojo de loca no se equivoca”, proclamaba por ahí.  

Fuente de las citas: Pedro Lemebel, Poco hombre, Crónicas escogidas.

Fotografía de Mario Vivado

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