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Entrevista: Eduardo Berti

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Entrevista: Eduardo Berti

“Creo que hoy hay otra mirada sobre el trabajo del personal sanitario”

por Salvador Biedma

Foto del escritor Eduardo Berti en un bote. ¿Cómo es la vida, el trabajo, la rutina en una unidad de cuidados paliativos? ¿Qué piensan, qué ven, qué conflictos y desafíos afrontan (en su profesión, pero también fuera de ella) una enfermera, un camillero, una médica? En Una presencia ideal, Eduardo Berti da voz a los integrantes del equipo de un hospital-escuela francés con capítulos muy breves, en un tono sensible y vital que se aleja tanto de la idealización como del morbo.

Berti (que vive desde hace años en Burdeos, Francia) participó en 2014 del festival Terres de Paroles, en Rouen, con un espectáculo de lectura y música junto al dúo Las Hermanas Caronni. La misma noche de su presentación, los organizadores del evento le ofrecieron hacer una residencia en el hospital de la localidad donde nació Flaubert y donde mataron a Juana de Arco. Es común en Francia y otros países invitar a escritores, músicos o artistas visuales a pasar un tiempo en una institución para que realicen diversas actividades y busquen inspiración para el trabajo.

La idea era en principio que Berti se quedara unas pocas semanas, que diera dos talleres (uno para el personal sanitario, otro para adolescentes internados) y escribiese algo centrándose en una de las unidades. “Seguramente se imaginaban”, cuenta él, “un texto de cinco o diez páginas”. Viajó a conocer el lugar y sintió que lo recibían muy bien en la unidad de cuidados paliativos. Rápidamente tuvo tres libretas llenas de anotaciones e intuyó que podía armar un libro. La residencia, entonces, se reorganizó y terminó durando casi seis meses.

El resultado fue Una presencia ideal, definido por el autor en el prólogo como “una ficción construida a partir de una experiencia real”. Cada capítulo toma la voz de un personaje, desde una jefa de unidad hasta una voluntaria que les lee a los internados, pasando por empleados de limpieza, médicos residentes o una asistente social, con pequeñas historias y reflexiones. El libro se publicó en Francia en 2017 y salió en Argentina a fines del año pasado.

–¿Cómo llegaste a elegir la unidad de cuidados paliativos?

–La idea era que yo tomara como referencia un área del hospital y enseguida pegué especial onda con la unidad de cuidados paliativos. Me pareció que había algo distinto ahí: está en un lugar aparte, tiene otra disposición, otra decoración, la cantidad de camas en relación con el personal es diferente… Y sentí que ellas (porque la mayoría son mujeres) también me elegían a mí. Por la generosidad y la confianza con que se abrían y la cantidad de cosas que me permitían compartir.

–¿En el hospital de Rouen hay un área vinculada a residencias y actividades similares?

–Tiene un servicio de cultura y salud, sí, un concepto bastante nuevo. Cuando se publicó el libro, supe que existe toda una red de actividades de este estilo. En Rouen, habían invitado a fotógrafos, ilustradores, músicos, incluso a un coreógrafo que armó una coreografía imitando los movimientos del personal sanitario en los pasillos. Para mi sorpresa, yo era el primer escritor que invitaban.

–¿Cuándo surgió la idea de adoptar el punto de vista del personal sanitario?

–Desde el primer momento, se me impuso como una necesidad y una oportunidad contar este mundo desde ese punto de vista. Yo había tenido largas experiencias en unidades de terapia intensiva o de cuidados paliativos con mi mamá y con mi papá, había conocido un poquito de ese mundo y había sentido que era un ámbito interesante para escribir algo. Se me había cruzado por la cabeza y lo había archivado; en una situación como el final de la vida de tus padres, un pensamiento así resulta casi inmoral. De todos modos, nunca se me había ocurrido que fuera el tema central o exclusivo de un libro. Me pareció un privilegio entrar en ese mundo que para la mayoría tiene que ver con una situación excepcional y que para esta gente es cotidiano. No siempre se tiene acceso a esos puntos de vista, que, además, me permitían poner en tensión rutina y excepcionalidad, vida y muerte, realidad y ficción.

–¿El uso de capítulos breves, cada uno con la voz y el testimonio de un personaje, también se “impuso” desde el principio?

–Eso apareció mientras releía Compañía K, de William March. Lo había leído apresuradamente mientras traducía los Cuadernos de guerra de Louis Barthas, que son los diarios de un soldado francés en la Primera Guerra. En aquel momento había buscado otros libros para estar más imbuido del vocabulario y del tema. Y Compañía K me había resultado fascinante. March fue uno de los pocos sobrevivientes de su compañía y rindió homenaje a los demás cediéndoles la palabra. Su libro es una serie de monólogos en la que cada uno de los miembros de la compañía militar toma la palabra una sola vez y cuenta una historia o reflexiona. Mientras lo releía, se me ocurrió usar esa estructura como molde para un libro casi opuesto porque, si March muestra una unidad fundamentalmente masculina que es una máquina de matar (quiérase o no, ése es el rol del ejército), Una presencia ideal muestra una unidad fundamentalmente femenina que busca alargar la vida del mejor modo posible. Cuando fui consciente de esta estructura coral, reafirmé la elección del punto de vista.

–¿Esa elección te ayudaba a contar ciertas experiencias?

–Sí. Me permitía contar historias o situaciones sobre el vínculo del personal sanitario con los pacientes, pero también con familiares o amigos de los pacientes o con otros miembros del equipo (no necesariamente del mismo “rango”, podía ser entre una médica y un camillero). Incluso el vínculo de cada uno con su propia familia, con sus amigos, con el afuera del hospital, que es un vínculo difícil, como queda claro ya en el primer texto del libro.

Tapa del libro Una presencia ideal.Empezaste publicando, a fines de los ’80, libros de periodismo por un lado (las entrevistas a Spinetta o Rockología) y libros de ficción por otro. Acá hay algo mucho más híbrido.

Cuando publiqué mis primeros libros, tenía una idea, digamos, más “pura” de literatura, ligada a la fantasía o la invención. Y había algo de inseguridad que me llevaba a marcar una frontera muy clara entre periodismo y narrativa. Esa frontera fue cayéndose. Probablemente fui abandonando esa inseguridad (no digo que no tenga otras) y, a la vez, el periodismo dejó de ocupar un lugar importante en mi actividad cotidiana. También cambió mi gusto como lector y, entonces, inevitablemente, como escritor. Me gustan cada vez más las cosas híbridas. Creo que, después de escribir la novela El país imaginado, no podía ir más lejos en el terreno de la invención, más lejos de mí. Entonces empezaron a aparecer libros mucho más híbridos: en el Inventario de inventos (inventados) mezclo ensayo y ficción, en La máquina de escribir caracteres chinos mezclo apuntes de un viaje “real” con ficción, en Faster mezclo partes de una entrevista a Fangio y hechos biográficos con ficción, en Un padre extranjero mezclo elementos de la vida de Joseph Conrad con mi propia biografía e invento en los dos terrenos…

–¿Pensás Una presencia ideal en relación con algún género?

–No tengo la menor idea de qué género es y eso me encanta.

–En el prólogo decís que estos textos se inspiran “más o menos libremente” en lo que viviste y escuchaste durante la residencia. ¿Cuánto hay de la voz de personas reales (con nombres cambiados) y cuánto hay de ficción?

–Sobre el funcionamiento de la unidad y sus hábitos, sobre las generalidades, no inventé nada. Me interesaba mostrar cómo funciona ese mundo. Intervine en lo particular. Es decir, algún paciente no existió tal como aparece o alguna situación no fue exactamente así. Trabajé de tres maneras. En muy pocos casos, no modifiqué casi nada, sólo pulí la escritura y la elección de detalles. En la mayoría de los casos, hice una especie de collage de distintas cosas. Mezclé una frase de una enfermera con una anécdota de otra persona, por ejemplo. Y después está la invención. A veces, mezclé cosas reales con cosas que inventaba. Nunca hubo invención pura porque, incluso cuando más inventé, el contexto era real. Y luego apareció otra instancia: empecé a trabajar con hipótesis. Les preguntaba a una enfermera, una médica o un residente: “¿qué pasaría si llega un paciente y pide tal cosa?”. A veces la respuesta era “eso ocurrió” y me lo contaban. A veces era “sucedió algo parecido” y pensábamos juntos o yo pensaba después cómo se podía adaptar. Y a veces la respuesta era “eso nunca me pasó, pero, llegado el caso, creo que en la unidad haríamos tal cosa”. Esto último estuvo buenísimo porque era como ponerlos a escribir conmigo. Y ahí, una vez más, las fronteras entre lo real y la ficción se volvían problemáticas, lo cual me parece muy interesante.

–¿Grababas las charlas con el personal sanitario?

–No. De entrada no se me ocurrió grabar y después no quise. El contexto no siempre daba para prender un grabador y, además, yo no quería trabajar con métodos periodísticos clásicos. Tuve conversaciones más formales, de decir “sentémonos y charlemos”, y tuve conversaciones de manera más informal, durante pausas, en cuentagotas. No seguí un método. Traté, eso sí, de tener al menos una charla tranquila con toda la gente que trabajaba en la unidad.

 

–¿Y cómo apelabas a la memoria? ¿Te ponías a escribir enseguida para no olvidarte?

–Cuando había algo muy particular que temía perder, pedía permiso y tomaba nota delante del interlocutor, pero siempre, en cuanto terminaba una charla o pasaba algo, me iba a escribir. Tomaba apuntes lo más rápido posible porque no quería perder las voces, el léxico, la manera de decir las cosas. En este libro la oreja, el oído, fue muy importante.

–Supongo que esto se relaciona con el hecho de que lo hayas escrito en –francés.

Escribir en francés fue resultado de la imposibilidad de escribir en castellano. Cada vez que trataba de traducir lo que tenía o de escribir en castellano algo nuevo a partir de estas voces, me sonaba falso, me trababa o no encontraba el tono y volvía al francés. Al principio pensaba “después lo voy a pasar a castellano”, hasta que me di cuenta de que era imposible y, además, ya tenía un montón de páginas en francés.

Aclarás en el prólogo que vas a seguir escribiendo en castellano (de hecho, ya hay libros tuyos posteriores), que en este caso se planteó una suerte de anomalía en el uso del idioma.

Hice este libro en francés como algo excepcional, con la idea de seguir escribiendo en castellano y sin cerrarme tampoco a la posibilidad de volver a escribir en francés. Efectivamente, todo eso ya ocurrió porque el libro tiene unos años. Bioy decía que escribir era como agregar una habitación a la casa donde uno vive. Yo siento que a esa casa de la escritura le agregué una habitación. Mi dominio del francés no es el mismo que el del castellano y eso me llevó a una escritura más directa, con menos firuletes, menos adornos. Ese estilo le convenía al libro, era coherente con la oralidad y con estas voces. Creo que una escritura más directa tuvo consecuencias: salí de Una presencia ideal escribiendo de otro modo incluso en castellano.

–¿Cambió tu idea de lo que es un hospital a partir del libro?

–Sin dudas. Vi el otro lado del espejo, el lado humano del personal sanitario. No es que uno no lo vea como paciente o como familiar de un paciente, pero tuve acceso a otra intimidad, a ciertas fragilidades y dudas. Vi el momento en que las enfermeras se quitaban la sonrisa que habían tratado de sostener frente a un paciente y se derrumbaban en una silla. Estuve en momentos en que se reunían y compartían incertidumbres. Conocí un montón de cosas que ignoraba. Vi también su orgullo, su pasión, su compromiso con el trabajo. No estoy idealizando al personal sanitario; sé que hay de todo, lo he vivido directa e indirectamente. Yo no quería hacer el retrato general de una profesión. Al contrario, quería hacer algo muy particular. Puedo decir que las personas con las que traté me parecieron dignas de admiración. Noté también la diferencia entre una unidad como la de cuidados paliativos y el resto del hospital. No todos elegirían (y en este caso la mayoría lo ha elegido) trabajar en una unidad como ésta. A veces me preguntan qué aprendí de la muerte a partir del libro y respondo que, más que nada, aprendí de la vida. En un espacio donde la muerte y el dolor son omnipresentes, se te replantean las prioridades. Traté de reflejar eso en el libro porque, además, ellas mismas me lo contaban.

Una presencia ideal apareció en Francia en 2017 y se publicó en Argentina en un contexto muy distinto, en medio de la pandemia de coronavirus. ¿Notaste una diferencia?

Creo que hay otra mirada sobre el trabajo del personal sanitario y eso modificó enormemente la recepción del libro. Había sido muy bien recibido en Francia, pero también yo notaba una resistencia, “uy, no voy a leer algo que hable de la muerte”, como si me limitara a contar una muerte tras otra. Puedo entender ese miedo o ese prejuicio. Y vi cómo cambiaba. El traductor del libro al inglés, Daniel, me dijo que le resultaba increíble estar trabajando en esto mientras todos los días la gente se asomaba a las ventanas para aplaudir al personal sanitario. Sentía, me contó, que la traducción era también un modo de aplaudir.

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