Entrevista: Fernanda García Lao

“Escribo desde la parte más oscura de mí”

Por Anahí Flores

Poeta, cuentista, novelista, dramaturga, Fernanda García Lao se ha instalado, desde hace años, como una de las nuevas y disruptivas voces de la narrativa argentina contemporánea. En esta entrevista exclusiva para Fundación La Balandra hablamos de su relación personal y literaria con Guillermo Saccomanno, la lengua, el cuerpo y las fronteras de los géneros.

Fernanda, el año pasado leí Amor invertido, libro del que sos autora junto a Guillermo Saccomano, y me quedaron ganas de charlar con vos sobre cómo es escribir a cuatro manos. ¿Hasta dónde escribe uno, desde dónde empieza el otro? ¿Cómo se organizaron, si es que hubo algún tipo de organización? ¿Dónde quedan las fronteras de una y otro al escribir?
Hubo dos instancias, la primera que fue de permiso y libertad absolutos, sin ninguna marca previa de estilo. La única pauta inicial había sido que no se podía hablar, por fuera de esas cartas, de lo que íbamos a hacer. Entonces tampoco podías ir pensando nada porque no sabías qué era lo que te iba a responder el otro. Estabas en manos del otro. Era realmente una conversación. Cada carta recibida era el estímulo para la respuesta. Pero en una segunda instancia, una vez que ya estuvo escrito el material de la primera parte y además Guillermo y yo coincidíamos en el espacio —porque durante la escritura de la primera parte no estábamos en la misma ciudad y esa sí era una especie de premisa, la distancia real—, entonces sí, yo dije “hay que cerrar esta primera parte, esta es la última carta”. Y recién ahí pensamos cómo continuaba la historia, porque son dos partes: la primera es epistolar, y a mí me parecía que lo epistolar se había agotado. Pero había algo de la trama que todavía quedaba por descifrar y teníamos que encontrar otro modo de escribirlo. Y también nos pareció que había un cambio de lenguaje pertinente porque la primera parte ocurre en el siglo XIX y la segunda en el XX, o sea es el tránsito de un siglo al otro, entonces quisimos evocar ese salto de estilo y de lenguaje y la aparición del inconsciente como material a elaborar. A esa altura surgió la idea de la clínica y ellos internados ahí. Y también la pregunta de si verdaderamente pudieron recuperar el corazón perdido o no. Es un libro muy dicotómico: un siglo y el otro, un lenguaje abierto y uno cerrado, el viaje interior y el viaje externo, y la prueba de si existe lo masculino y existe lo femenino y cuáles son las fronteras. 

—Ese tema de las fronteras que acabás de mencionar lo veo también en tu escritura. ¿Cómo hacés con tus dos castellanos? Viviste en España, ahora estás en Argentina, ¿cómo te manejás con esos matices del lenguaje al escribir?
No batallo contra lo que soy. Cuando volví de España, por ejemplo, no sabía vosear. Y además escribía teatro, y yo escribo teatro para ser hecho, no para ser leído. Había actores argentinos que no podían hablar de tú. La estrategia en la primera obra que estrené fue el uso del usted. Y estaba habilitado porque eran una maestra y su discípula, esa distancia estaba establecida por la diferencia de estatus. En Muerta de hambre, por ejemplo, están absolutamente visibles los tú; cuando lo he tenido que releer por algún motivo para traducción o lo que sea, me di cuenta de que estaba muy contaminado. Pero si hay algo que no me gusta es la neutralización del castellano, venga de donde venga. Así como me molesta que, en algunas editoriales españolas, durante bastante tiempo, se borrara la marca de origen de los autores latinoamericanos, me molesta a la inversa también. No quiero borrar las huellas de mi pasado que se traducen en un lenguaje distinto, con unas conjugaciones también un poco extraviadas. No creo en la pureza del lenguaje y no tengo ninguna necesidad de higienizarlo.

—Y ya que estamos con las fronteras entre autores que escriben juntos y las fronteras del castellano, sigo por ese hilo fronterizo y voy para los géneros. Leí un poemario, una novela, varios cuentos tuyos. Cuando una imagen aún no se transformó en texto, ¿cómo sabés si lo que vas a escribir será un poema, un cuento, una novela? ¿En qué momento se define la forma?
No la defino. Si no a esa imagen ya le pongo un corset. Yo la dejo ser. Por ejemplo, en el taller tengo escritores y escritoras de géneros diversos. Yo digo “taller de escritura” y no “taller de cuento”. Y creo mucho en la riqueza de abandonar los géneros. El género es algo que uno determina después, no antes. Y, por otro lado, si yo tengo un libro de prosa y lo presento a una convocatoria de poesía, ¿quién me va a decir que eso no es poesía? Esos permisos ya están dados: uno se tiene que habilitar.

—Estar acá, en tu jardín, de forma presencial y tomando mate al sol, casi en la post pandemia. Contame, ¿cómo viviste la escritura durante el aislamiento, cómo te trató el encierro?
No tuve una respuesta única al encierro. Si me preguntás en qué mes, te puedo ir diciendo…

—Bueno, empecemos por marzo.
¿Marzo? Marzo no me produjo nada. En realidad, yo en marzo me iba a España a presentar Nación Vacuna, cosa que no pasó. Pero no me quedé en el regodeo de la desgracia porque me parecía que era tan grande lo que estaba pasando que no daba para pensar individualmente. Estuve muy bien hasta octubre, ahí tuve una especie de eclosión. Y leí muchas distopías. Seguí corrigiendo mi novela… me pasó una cosa extraña ahí, eso sí: durante los primeros meses estuve escribiendo Sulfuro, que se supone que saldrá en febrero o marzo, y de pronto descubrí, varios meses después, que había incorporado cosas que no recordaba haber escrito. Algunas pertinentes y otras, no. Como si lo hubiera escrito otra. Así que me obligué a revisar casi con lupa el texto. Y fui sintonizando todos aquellos agregados entre los cuales había un personaje que no recordaba…

—Maravilloso. No reconocer a un personaje…
Sí, dije “¿y esta, qué hace acá?” Y la volé. Pero bueno, salvo eso… bárbaro.

—Es un detalle bastante inquietante.
Igual ya estoy terminando otra, de hecho, la pandemia no sé cuándo terminó, o si terminó. La pandemia me quedó como una especie de síntoma, que a veces se me traslada a las manos.

—¿A las manos?
Sí… 

—¿Por ejemplo?
No sé… Este desconocimiento de la escritura fue muy puntual en la mano derecha. Como una ausencia en la mano derecha. 

—Claro, no estabas ahí cuando la mano lo escribió. Veo que tenés una buena relación con tu cuerpo, que sabés escucharlo. Si tuvieras que decir desde qué lugar del cuerpo escribís, ¿cuál sería ese lugar?
Yo escribo desde la parte más oscura de mí. Medio inaccesible. Luego lo ilumino. Creo que es un trabajo de luz. Qué zonas ilumino y cuáles no.

**Foto: Lara Zega**

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