Lecturas: Madre robot
Conductas para unas caderas rebeldes
por Ángel Berlanga
Madre robot (La Parte Maldita) es la segunda novela de Nora Rabinowicz y es un amoroso retrato filial en el que pone en diálogo el dolor, el humor, unos toques de dramatismo y una insobornable fuerza de voluntad. Contada en primera persona por la menor de dos hermanas, el relato se centra en la historia de las “caderas mal encastradas” de la protagonista, en cómo condicionó eso toda su vida y en cómo batalló para irse sobreponiendo. “Cada año sus caderas empeoran un poco: se gastan los accesorios, se tuercen las piezas, disminuye la calidad del poco hueso natural que le queda –grafica la hija, que tiene cuarenta años-. Y así, el dolor crece y por eso cada año camina más torcida. Y así, toda radiografía pasada fue mejor”.
En capítulos cortos se despliega una cronología dislocada, el ojo puesto en diversos momentos del pasado: el nacimiento por cesárea de la narradora, el despliegue increíble de tratamientos de la madre desde chica (un yeso entre los tobillos y la cintura a lo largo de dos años, un horno especial, aguas termales, ballet), la sucesión de operaciones, prótesis, recauchutajes, larguísimas rehabilitaciones. Y los sentidos puestos también en el registro de personajes que la ayudan (médicos, kinesiólogos, algún genio en la adaptación de calzado) y de las estrategias maternas para vivir lo mejor posible, conductas para cruzar la calle, ir a la facultad o entrenar a las hijas “en el saber de unos pocos elegidos: la optimización de tareas en un mismo viaje”. Todo esto contado desde un presente situado en la espera de una operación compleja, que transcurre mientras juegan Argentina y Francia en el Mundial Rusia 2018.
Hay puntos de contacto entre esta novela de Rabinowicz (Buenos Aires, 1977) y la anterior, Todas las cosas, donde la narradora contaba de un novio acaparador compulsivo. Además de un estilo personalísmo, que pinta vínculos vitales con agudeza y humor, la mirada de esta escritora está puesta en personajes dolidos y tenaces, aferrados a sus persistencias. En estas zonas, con un tono descontracturado que alcanza lo profundo, enfoca Rabinowicz. En un momento crucial de Madre robot, la narradora observa que no recuerda haberle dicho nunca que la quiere mucho, y que si llegara a decírselo ella no sabría qué actitud tomar. “Nada de todo ese mundo de palabras de amor le pertenece a nuestro vínculo. Ni ahora ni antes. Y como es imposible desear aquello que no se conoce, no es un mundo que desearía que me perteneciera: así como estamos, estamos bien. Ella es madre robot y yo soy su hija. Así nos entendemos y nos cuidamos”.