Lecturas: Arroyo
Ser una misma y con el río
por Victoria Martínez
Entre enormes elipsis temporales emerge el texto. Un poco diario, otro poco bitácora, Arroyo es a la vez una novela escrita en un tono marcadamente intimista y femenino. La protagonista busca parir un texto y para ello recurre al encuentro consigo misma en un rincón del Delta. Pero no es un encuentro total y unificado. Cada capítulo muestra un nuevo momento en alguna casa de alquiler, en las islas. Los núcleos narrativos se organizan en orden temporal y a partir del paso de los años, generan la idea de fluir como el río. Este corre y ella se transforma.
Quizás toda la novela se trata de una profunda melancolía de lo pasado, la mujer que ya no es pero que persiste en el fondo de sus ojos. Pero también está el recuerdo y la añoranza de lo que aún no sucedió.
Ser una con el paisaje, fundirse. Reconocer las especies que lo habitan, los ritmos del río y los sonidos que musicalizan los pensamientos más hondos. El ecosistema es un personaje omnipresente en la detallada descripción de los árboles, en la nomenclatura minuciosa de cada pájaro y en la piragua que transporta las experiencias cotidianas de ser y no ser.
Arroyo, de Susana Pampín, encierra una escritura altamente poética, que en una suerte de planos superpuestos nos describe, con mirada pictórica, la memoria emotiva de la protagonista en un hábitat que se desarma con cada período de vuelta a la ciudad y se rearma en cada vuelta en la lancha colectiva. Lo que el río arrasa, deja o trae de nuevo. Eso que parece manifestarse en ciclos, correr junto con la corriente.
La escritura imposibilitada, los amigos, la sencillez de la vida de los lugareños y el amor, todo ondula con los vaivenes de la corriente. De manera fragmentaria, los pensamientos, la búsqueda de un yo que ya no es el mismo pero que guarda las huellas de quien fue, los sonidos y colores, todo parece ser posible al llegar al río y se escapa cuando sale de él.
Al transcurrir los capítulos, las visitas y encuentros son cada vez más continuos, más rítmicos. Son gatilladores que elevan la energía en las innumerables referencias musicales y la vuelven más reflexiva en cada alusión literaria: Juan L. Ortiz, Rosario Bléfari, Jean-Paul Sartre, Joseph Conrad, H. D. Thoreau.
La trama hilvana una suerte de estado de suspensión temporal, en las estancias de Gaby en el Delta. La invitan a desentramar la existencia, fundirse y ser una con el paisaje para ver en él mucho más que un cuadro natural, la inundan y la nublan en cada tormenta. A cada lectura que hace le corresponde un estado; un intento de profundización de los sentidos, un rearmarse a partir del encuentro con lo más primitivo de la naturaleza, que deja de ser admirable para convertirse en un deseo, un propósito. Un Walden de río, a un tren y dos lanchas del Corazón de las tinieblas de la ciudad.
La novela encarna un mundo rico y profundo, poético y pictórico. Ocurre el exterior permeando el yo interno de la protagonista y activando su proceso de escritura. El encuentro con lo que debe cerrar para dar paso a nuevas experiencias. Pasa todo en clave de sugerencia y evocación. Tal vez para que despedirse sea cada vez más un poco reencontrare y que los finales de nuevos comienzos. Así como el río se lleva todo para devolver solo lo que debe ser recordado, para construir y reconstruir los lugares donde uno fue feliz.
