Entrevista: Pablo Gasparini

Hallar sentidos en las lenguas

por Nicolás Hochman

Si algo caracteriza a Pablo Gasparini (rosarino viviendo en Brasil desde hace muchos años) es la capacidad de hallar sentidos en textos donde muchas veces pareciera que no hay mucho más para decir. Es algo muy evidente en El exilio procaz: Gombrowicz por la Argentina (el primer trabajo académico publicado en español sobre Gombrowicz), y también en Puertos: diccionarios (Beatriz Viterbo, 2021), donde se ocupa de pensar a Rama, Xul Solar, Borges, Bioy Casares, Porchia, Gombrowicz, Copi, Perlongher, Wilcock, Bianciotti, Gelman, Alcoba, Brizuela y Molloy.

Toda selección de autores tiene siempre algo de caprichoso, de subjetivo. Pero también hay otras razones. ¿Con qué criterios decidiste unir a estos autores?

Todo empieza por Gombrowicz y menos por la lengua (la lengua polaca que desconozco) que por la forma en que Gombrowicz le saca, digamos, la lengua a lo trágico, algo que también encontraba en Perlongher, un poeta que por otro lado me interpelaba incluso por el hecho de haberse radicado en Brasil. Descubrí que este robarle la lengua a la sublimidad o grandilocuencia de lo trágico era esencialmente un hecho lingüístico. Del portuñol de Perlongher pasé al frañol de L’uruguayen de Copi y luego, como ese entremedio lingüístico parece ser muy resistido por los editores franceses (esto es interesante para pensar la tolerancia y gusto en Brasil por el portuñol), me adentré en todo ese mundo del multilingüísmo europeo que Copi utiliza para decir, creo, las performances identitarias de sus personajes. De a poco me fui dando cuenta de que estos imaginarios de lengua no vienen de la nada, que tienen su historia, y así fui indagando ciertas zonas de la inmigración en Argentina. Aquí entra la lectura del neocriollo de Xul Solar menos como “criollo” que como “creole”, entra Porchia y la singular sintaxis de sus Voces, y entra aun Bustos Domecq (Borges/Bioy) en la utilización política de estas sonoridades de la inmigración como material devaluado (y devaluador, digamos, de los sectores populares). Frente a estas lenguas mezcladas, estudié su opuesto, lenguas que se rigen por cierta vocación clásica, y descubrí que al menos en Argentina esto convoca a algunos “extraterritoriales”: Bianciotti que acaba siendo miembro de la Academia francesa de letras, y Wilcock, que quizás reencuentre cierta aspiración de pureza de su poesía de los años cuarenta en el toscano que estaba siendo implantado en Italia como lengua nacional. Se me armó así un mapa (que aprendí a llamar “glotopolítico”), capaz de integrar también otras experiencias, como la de Gelman con el sefardí, o la de Brizuela traduciendo ese francés en el que Alcoba parece embutirse para volver a incursionar en el tiempo del trauma. Molloy cierra esta reflexión con su Vivir entre lenguas, una narración/ensayo en el que, entre otras cosas, repasa su educación prosódica tan ligada a las disputas por la lengua nacional durante las primeras décadas del XX (cuenta, por ejemplo, como su familia le prohibía hablar con acento de una lengua en la otra). Y Rama, a partir de las convicciones latinoamericanistas de la crítica cultural de los setenta, de alguna manera fue un precursor de toda esta reflexión. 

En la introducción decís que tu propuesta es “indagar momentos, experiencias y materiales en que el aparente y ‘natural’ reconocimiento en la lengua común se revela conmovido (…) por su alteridad constitutiva”. ¿Cuáles son los ejemplos más contundentes que te llevaron a trazar esa línea de trabajo?

Diría que hay sobre todo un trabajo crítico que me hizo pensar mucho. Un artículo de Sylvia Molloy en el que categoriza al conquistador español Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el “descubridor” de las Cataratas del Iguazú, como un “hispanohablante no español”. En Naufragios, Cabeza de Vaca relata cómo vagó perdido durante ocho años por diferentes tribus de América del Norte. Cuando finalmente logra reencontrarse con sus pares españoles, estos no lo reconocen, no solo por como iba vestido (o más bien desvestido), sino porque su lengua, la lengua de Alvar, les suena extraña: no se trata ya de algunas de las variantes peninsulares del castellano, sino de una sonoridad nueva, un castellano mediado por las prosodias indígenas, algo en ese momento irreconocible. Este desencaje de identidades por el extrañamiento lingüístico es lo que desde un primer momento llamó mi atención. 

Sos de Rosario, pero hace muchos años que vivís en Brasil, y sospecho que vos mismo atravesaste muchas experiencias complejas en torno al uso de la lengua. Esas mismas experiencias que aparecen en los autores con los que trabajás. ¿Cuánto hay de autoayuda, de autoanálisis, en reflexionar sobre esos textos?

Bueno, en Rosario no hay “sagradas familias”, ni familias que se la quieran dar de “patricias”. A lo sumo tenemos algunos descendientes de inmigrantes enriquecidos, y eso es todo. Viéndola desde afuera, descubrí que es una ciudad prácticamente inmigrante, y de hecho no tiene siquiera fundación, no es una ciudad de pasado colonial. Al menos para los de mi edad una pregunta muy usual era ¿y tus abuelos de dónde son? Entonces ya está eso, ese territorio que es básicamente un puerto, digamos. Claro que también tenemos el río, que de alguna manera nos contacta con algo más amplio, una zona mayor y raigal. Y sobre ese fondo, me fui a Brasil, puntualmente a São Paulo (que no sé si es exactamente la misma cosa que “Brasil”). Fui por un tiempo, para hacer una maestría, y luego me fui quedando. Se me trababa la lengua para decir palabras como “Itapetininga” o “Anhangabau” y por supuesto no era capaz de diferenciar “vovô” de “vovó” y me resistía a decir “café “con esa “é” aguda que te parte el alma. Es curioso, porque si en el plano morfológico son lenguas muy próximas (de hecho, podemos leer portugués, al menos instrumentalmente, sin mayores problemas luego de un breve aprendizaje), la prosodia es un abismo. Fonéticamente el portugués es de una riqueza increíble, uno se siente un pobre desvalido con sus pocas vocales españolas. Ese medio acústico y extrañamiento te va haciendo más sensible a estas cuestiones, y luego tuve a mi hijo, bilingüe. Cuestiones como en qué lengua hablarle a tu hijo, cuestiones de política lingüística digamos, se volvieron domésticas, familiares.  Me di cuenta, de pronto, de que mi hijo era, como mi padre, un hijo de inmigrantes, por eso les dedico el libro. 

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