Entrevista: María Fernanda Ampuero

Asumir la monstruosidad

Por Julia Rendón Abrahamson

Para la literatura que a mí me interesa, tiene que haber una búsqueda de tu propio dolor, de tu propia monstruosidad, asumirla y convertirla en palabras, que requiere de una valentía especial.

María Fernanda Ampuero

ampueroCon la escritora ecuatoriana María Fernanda Ampuero nos juntamos sin usar barbijo ni respetar los dos metros de distancia, cuando el mundo era diferente y no sabíamos que aquel virus, que tenía encerrada a la gente en China, llegaría a Ecuador dos semanas después de nuestro encuentro. 

Me recibió cariñosamente en su departamento en un barrio de Quito. Ella es de Guayaquil y vivió 14 años en España. Su gato estaba trepado en el sillón, movía la cola y me dio espacio para sentarme. María Fernanda fue amable y se mostró muy atenta a las preguntas; la notoriedad de su libro de relatos Pelea de gallos (Páginas de Espuma, 2018), que la ha colocado como una voz de referencia en la literatura latinoamericana actual, parecía no haber atravesado las paredes de aquel departamento. 

Anteriormente, había publicado los libros de crónicas Lo que aprendí en la peluquería, en 2011, y Permiso de residencia, en 2013. María Fernanda habló del proceso de escritura con emoción y cierta furia, y de Sacrificios humanos, que publicó también Páginas de Espuma.

 —¿Cómo llegaste de la no-ficción (tus crónicas) a la ficción?

—En realidad es al revés, escribí ficción siempre, desde muy niña, además. Es gracioso, porque yo siempre hacía historias, absolutamente con todo. Escribía durante mi adolescencia, escribí en el periódico del colegio. En verdad yo creía que iba a ser poeta.

 —O sea, eres una narradora innata

—Entré a la universidad y yo seguía creyendo que iba a ser poeta.

 —¿Y dónde están tus poemas?

—¡No, qué horror, qué vergüenza! La poesía es el género madre y padre para mí. No hay nada como eso, es verdaderamente la demostración de que somos algo más que animales, y me di cuenta de que era mala. Yo no iba a gastar árboles, papel, en una cosa  que no iba a remecer a nadie. Que no me remecía a mí misma. Y eso lo descubrí leyendo poesía y dándome cuenta de que necesitas ser un ser superior, con una capacidad de sentir mayor a la de los demás. Admiro a los y las poetas como a nadie, creo que son los más cercanos a los dioses, si es que existieran. 

 —Y volviendo a cómo llegaste a escribir y publicar, ¿entonces?

—Yo coincidí en la universidad con excelentes profesores y profesoras y gente sin la que yo no sería quien soy. Con generosidad, unas bibliotecas y pasión por lo que nos enseñaban. Y me di cuenta de que quizá no tenía lo que había que tener, es decir, dejé de pensarme como escritora y eso me dio cierto alivio, no me presionaba tanto por publicar. Era inseguridad y síndrome de la impostora. Por eso yo digo que Pelea de gallos es el resultado de muchos accidentes, para mí fue un alivio no creerme escritora.

 —¿Leer a los grandes te dio inseguridad?

—Muchísima. Toda. Pensar, ¿yo que tengo que decir de nuevo?, ¿yo quien soy? Lee a Borges, lee a los griegos, a Pizarnik, Vallejo. Ahí está todo. Yo dije, voy a hacer el ridículo. El libro es sagrado…

 —¿No crees que, quizá, hay que desacralizar un poco a los y las escritoras? También, está siempre la pregunta de si un escritor nace o se hace.

—Yo no creo que naces para ser escritor pero sí pienso que hay un grupo de gente que normalmente se termina dedicando al arte que tiene una sensibilidad distinta. Creo que hay esa predisposición a sentir las cosas diferente. Para la literatura que a mí me interesa, tiene que haber una búsqueda de tu propio dolor, de tu propia monstruosidad, asumirla y convertirla en palabras, que requiere de una valentía especial. En esa literatura lo das todo, te quedas desnudo de cuerpo de tripas y de cabeza.

 —¿Y sigues con el síndrome de la impostora después de tu libro Pelea de gallos?

—Por supuesto, tengo la misma sensación, un día digo, escribí un buen libro y otro día me levanto y digo: ya mismo se dan cuenta de que no es tan bueno. Por ejemplo, yo no lo he vuelto a leer completo. 

 —Te he escuchado decir que tu escritura sale de las vísceras…

—Mi escritura es tan visceral. Admiro a la gente que es cerebral, filosófica, etc. Admiro a Thomas Mann, pero yo no soy así. Yo escribo visceralmente. Siempre digo que el corazón es una víscera, una muy estúpida, además. Más estúpida que el estómago. Pero de ahí me sale.

 —Y¿ cómo nació, entonces, Pelea de gallos

Pelea de gallos es el resultado de muchos accidentes. Yo, como te dije, era una escritora de ficción que estaba en el clóset y sucedieron un montón de coincidencias que me llevaron, primero, al periodismo. Yo al periodismo lo respeto como un género literario. Fui dando pasitos en eso y vi que estaba haciendo lo que me gustaba: inmortalizar en papel una mirada del mundo. Y la gente me dejó ser parte de eso, me compartió parte de su vida, todo lo que necesitaba para que la verdad aflore en la crónica. 

 —Y ¿cómo llegaste a la editorial?

—Por esta suma de accidentes. Yo siempre estoy buscando plata para vivir. Eso es algo de ser cronista. A cualquier concurso que daba plata yo mandaba cuentos. Y mandé el cuento “Nam”, visceralmente, al concurso Cosecha Eñe. ¡Y fue muy emocionante porque lo gané! Solo ahí la gente empezó a ver que sí escribía ficción. A partir de eso me contactó una agente literaria y me pidió más textos. Como me cayó tan bien, y sentí que no me iba a juzgar, los envié. Siempre he pensado que a Ecuador le falta la profesionalización de los autores. Mi agente editorial tiene 99% de responsabilidad de que Pelea de gallos exista. Yo no estaba obsesionada con ser escritora. La madurez es una cosa maravillosa, la verdad. Yo ya tenía cuarenta y dos años cuando mandé mis textos. Luego, el trabajo con Juan Casamayor fue mágico.  

 —Percibo un tema insistente que es la familia en tu escritura, ¿quizá las familias con las que estuviste para hacer tus crónicas te dieron algunos de los temas, o de dónde sale eso?

—Sale de mi familia más que nada. Mi papá se murió hace seis años y yo lo he dicho muchas veces, Pelea de gallos no existiría si mi papá siguiera vivo, así de fuerte es esta cosa patriarcal, guayaquileña de derechas, del deber ser. Soy una mujer que sale de una familia que vota a la derecha, me inscribieron en un colegio religioso de clase alta porque tenían unas pretensiones de lo que iba a ser mi vida. La figura del padre es la que te marca. Viene de ahí y de las familias que he conocido. 

 Muchos de tus personajes quieren afecto

Sí, totalmente, es lo que más quieren. Tus padres son el dios que tú vas a conocer. Aunque te enseñen sobre otros dioses, la gran fe es con tus padres, entonces, que ellos no te acepten es como que el cura te diga: Dios nos ama a todos por igual, pero a ti no, a ti menos. Entonces, tú, jamás te vas a aceptar. Te pasas toda la vida tratando de sobrevivir a tus padres, reparar lo que tus padres destruyeron. Los niños/hijos están todo el tiempo mirándote, esta cosita diminuta está viendo tus incoherencias, tus mentiras. Es esta cosa omnipresente mirándote, yo claramente me siento identificada con eso, yo todo el tiempo estaba mirando a mis padres, como diciéndoles, quiéranme. 

 —¿Crees que el vivir afuera influyó en tu escritura?

Es difícil esa pregunta porque yo creo que vivir afuera cambió absolutamente todo lo que soy. Comenzando porque ya no te pones en el zapato del otro sino que eres el otro. Considero que la emigración es de lo más difícil y doloroso que he hecho en mi vida. Estuve sin papeles, sufrí acoso sexual de parte de un embajador, me sentía que no era ciudadana de ningún lado, porque el embajador era de Ecuador, con lo cual decía, si en España no me aceptan, y luego el embajador de mi país me acosa sexualmente, además, no puedo ir a la policía, yo soy la que estoy en falta, yo estoy en la ilegalidad. 

 —¿Y, por qué te fuiste?

Yo me fui voluntariamente, no te voy a decir que fue por un tema económico. Primero me fui a Argentina, ahí estudié, en la UBA, en Puan. No sé, supongo que es la pretensión de los privilegiados que siempre piensan que van a caer de pie. Nada te parece imposible. Pese a todo yo fui una privilegiada, estudié en un colegio de privilegiadas, fui a la universidad, y pensaba que eso iba a ser en todo lado. Y no pues, después de doce horas, yo pasé a ser un paria. Pero como soy una emperrada, dije: lo voy a conseguir. Ya me había enamorado, además, y eso cambia mucho las cosas. Es que no tener papeles es una locura, no eres nadie, te persiguen, la gente se cree con derecho a humillarte. Y lo logré a pesar de que fue muy difícil, así que con respecto a tu pregunta, por supuesto que todo es distinto, la mirada que tengo sobre el mundo, sobre las víctimas, sobre la gente que es maltratada, sobre la violencia. 

  También, ¿quizá tienes una mirada diferente, a la distancia, sobre tu propio territorio?

Puede ser, y, sobre todo, mi realidad era diferente, la gente que vivía al lado mío en Lavapiés era diferente, era gente que jamás había tenido ayuda doméstica, que jamás había vivido esta desigualdad brutal. No importaba en qué casa había nacido, tenía acceso a la universidad. Eso cómo no te va cambiar la cabeza con respecto a lo perversa y casi bordeando el género del  terror que es la desigualdad social.

 —¿Dirías que tu género es el del terror?

—Es lo que me gustaría decir. Es un género que he amado toda la vida. Con mi hermano, en vacaciones, íbamos al videoclub a alquilar las películas de terror de la A la Z. Eso es lo que nutrió mi cabeza ochentera. Ahora estoy volviendo a ver para entender mi cabeza y mis obsesiones. Me quedo impactada, digo, yo tenía 8 años. 

 — ¿En qué género le pondrías a Pelea de gallos?

—Es difícil, no saben muy bien cómo clasificarlo. Yo lo pondría como terror, porque creo que la desigualdad social, la inseguridad, son terror. Nosotros, constantemente, vivimos en una película de terror. 

 ¿Entonces, en tus próximos textos, vamos a ver mucho de eso?

Probablemente tenga más sobrenatural. Pasión y Luto en Pelea de gallos ya tienen algo de eso, pues toda religión es sobrenatural. Además, el catolicismo es muy gore. Tenemos un dios que vuelve de la tumba, eso también hacen los zombis. Me gusta eso de bordear lo sobrenatural que tiene la religión. Tuve una educación muy religiosa. Yo quería ser monja, era súper religiosa. Creo que hay cosas eróticas en ser una niña rechazada físicamente, no ser la guapa, no ser la seductora, y encontrar en ese Jesús alguien que te dé pelota. Ese es un discurso muy bestia que te puede tostar la cabeza.

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