Leer a Borges es como mirar el mar

Por Gustavo Di Pace

di paceEn la obra El otro, el mismo, nuestro escritor universal, que hace unos pocos años ha ganado el Premio Formentor y hace varios está ciego, escribe, refiriéndose al mar: Quien lo mira lo ve por vez primera / siempre.

Dicha mirada no está exenta del asombro que despiertan las cosas elementales: la luna, el fuego de una hoguera… Ese estado de ánimo, ese rumor metafísico, corre libre a lo largo de su bibliografía. Hoy, tras el revuelo que causaron su pluma, ciertas declaraciones y esa muerte suya tan extranjera y tan argentina, cabe preguntarse qué es lo que hace que su letra y su figura se tornen omnipresentes.

En principio, Borges crea una obra propia del arte contemporáneo, pone el artificio en primer plano. Ya no importan sólo el contenido o el estilo como el modo en que se dispone el texto, “la estructura”. Lúdico como pocos, desarrolla una poética que reformula el hecho literario. 

Un breve racconto: sueña un Buenos Aires sin rima que va contra el modernismo de Lugones, busca un lenguaje nacional, publica una biografía apócrifa, reescribe a su admirado Marcel Schwob, “literaturiza” ideas de Macedonio, propone “géneros menores” que no se ajustan al canon. En síntesis, transita un camino arduo para llegar a sus libros angulares: Ficciones y El aleph. Por supuesto, el arribo a este laborioso éxtasis se concreta gracias a dos muertes: la de su padre y la del mencionado Lugones. Ya no hay necesidad de ningún parricidio, sólo queda ser él mismo.

Trabajador del verbo y erudito, no es casual la forma (la estructura) que adquieren sus relatos. Ellos se caracterizan por la elección de la palabra exacta (impronta de Alfonso Reyes), poseen ideas de avanzada (huella del citado Macedonio) y los construye como un arriesgado arquitecto a través de puestas en abismo, transcripciones, etc. Mientras, despista con innumerables citas (muchas de ellas falsas), despliega una intertextualidad desbordante (es decir, la literatura como palimpsesto, una escritura debajo de otra) y trabaja con una materia prima que se compone de libros sagrados, mitos, historia, matemáticas, ideas filosóficas. Un combo explosivo.

Si el cuento era hasta su aparición una flecha que apunta y da en el blanco, con Borges esa flecha comete todo tipo de desvíos. Mientras aborda el fantástico o el policial, su flecha plantea una reflexión sobre el tiempo, un fugaz manifiesto acerca del oficio del arte o una premisa gnóstica. Y aún así, da en el blanco.

Con Borges leer es un acto de profunda concentración, un descubrimiento donde el lector no sólo enriquece su intelecto sino también su espíritu. Con él, el acto de la lectura toma aquello que estos tiempos parecen haber perdido: la dimensión de lo sagrado.

Reescribiendo aquel verso del poema aludido al inicio, podríamos llegar a la siguiente conclusión: Quien lo lee lo hace por vez primera / siempre.

Y tal vez lo hagamos con ese mismo asombro, claro, el que despiertan las cosas elementales.

Gustavo Di Pace es autor de los libros de cuentos Los patios interiores (Libris de Longseller, 2003), Mi yo multiplicado y El chico del ataúd (Alción Editora, 2011 y 2014), la novela Tuya es la sangre (2016) y el ensayo La escritura del Grito Primitivo (2018). Publicó diversos textos en antologías y revistas de Argentina, México y España.

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