Cuestiones de oficio:

Octavio Paz y el idioma de las ferreterías

Por Salvador Biedma

 

octavio paz“Aprender a hablar es aprender a traducir; cuando el niño pregunta a su madre por el significado de esta o aquella palabra, lo que realmente pide es que traduzca a su lenguaje el término desconocido”. Así inicia Octavio Paz el ensayo “Traducción: Literatura y literalidad”. Y, aunque puede parecer exagerada su idea de que “la traducción dentro de una lengua no es, en este sentido, esencialmente distinta a la traducción entre dos lenguas”, tal vez tenga mucho de cierto. Más aún para quienes hablamos castellano, un idioma con una enorme cantidad de variantes que pueden llevar al malentendido o la incomprensión.

Hace unos meses, escuché que una chica venezolana le explicaba a otra –las dos atendían un bar– el significado de “ya” en Buenos Aires. Un cliente había dicho “ya te pago” y una de las mujeres quería saber si equivalía, en el lenguaje coloquial de Venezuela, a “ahorita” o a “ahorita, ahorita”. En varias ocasiones vi a porteños desorientados porque un colombiano decía, por ejemplo, “¿me regala una gaseosa?”. Es una forma de pedir algo (sea una prenda de vestir en un negocio, un número de teléfono, la cuenta de un restaurante) que no implica que no se vaya a pagar; seguramente la conversación prosiga con: “¿cuánto le debo?”. Por más que uno conozca la expresión, puede demorar un segundo en traducir mentalmente su sentido.

La idea de Octavio Paz me hace pensar que, cuando mi papá me pregunta “¿qué es un instagramer?”, me pide que traduzca esa palabra a su idioma. Clara Obligado, exiliada en Madrid desde 1976, tenía con sus hijas el “juego de los sinónimos”, que iba y venía entre el castellano de España y el de Argentina. Ella decía “grifo” y respondían “canilla”. Si decía “barrilete”, contestaban “cometa”. “Braga” era “bombacha” y así sucesivamente. Lo cuenta en el libro Una casa lejos de casa y concluye: “Por suerte, ’mamá’ es lo mismo en mis dos idiomas”. ¿Cuántos idiomas caben dentro del castellano, cuántos idiomas usa cualquiera?

Etimológicamente, “idioma” viene del latín tardío, donde significaba “peculiaridad de estilo”, “lenguaje propio de un autor” e incluso “dialecto”. Todos sabemos que las ferreterías tienen su idioma, al que sólo acceden unos pocos elegidos. Quien no pertenezca a ese grupo, será observado por el ferretero como alguien inferior, que ignora un saber esencial, y se verá sometido a malos tratos porque busca un muy genérico “coso” de nombre inasequible para el común de los mortales.

El cubano Cabrera Infante contó en más de una entrevista su sorpresa al leer una traducción argentina de God’s Little Acre, de Erskine Caldwell. El título en castellano era La chacrita de Dios y “chacra”, de raíz quichua, no era una palabra que él conociese. Se topó, dijo, con “un español que no era exactamente español”. También contó que, después de leer la traducción de Borges de Las palmeras salvajes en su juventud, empezó a buscar “todas las novelas de Faulkner traducidas al español… o bien a modismos argentinos que yo después retraducía al cubano”. Entonces, Cabrera Infante, como el niño que imaginó Octavio Paz, como las chicas del bar, quizá como mi papá, planteaba una traducción dentro de la misma lengua, de castellano a castellano.

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