Lecturas: Confesión
Kohan y los sacramentos
Por Sebastian Grimberg
Confesión (Anagrama, 2020) es la última novela de Martín Kohan. En una entrevista que le realizó Daniel Gigena, a propósito de su publicación, le preguntaron si la última dictadura era un motivo literario en su obra. Era una pregunta lógica, varias de sus novelas —Ciencias Morales, Dos veces junio, Museo de la revolución y, ahora, Confesión— transitan por ese contexto o tocan la temática de alguna manera. Kohan dijo no reconocerse en esa pregunta, aunque admitió que el motivo (la última dictadura) aparecía o reaparecía en su obra. A partir de Confesión, junto con Ciencias Morales y Dos veces junio, se podría pensar que, si no es la última dictadura de un modo “general”, uno de los temas que a Kohan le interesan —o al menos uno de los que se repite en sus libros— es la conducta o postura que parte de la sociedad argentina (representada por una celadora, en Ciencias Morales, un jubilado en Cuentas pendientes, un colimba en Dos veces junio y una chica de pueblo, en Confesión) adoptó frente al proceso militar —además de las prácticas digitadas desde el poder para dirigir la atención o fortalecer determinados discursos. Otro de los temas que aparece en Confesión, retomando algún sesgo de Ciencias Morales y Fuera de lugar, es la sexualidad o, principalmente, los vínculos entre sexualidad y poder; o el sexo como forma de poder/sometimiento. Esto ya estaba presente, al menos como germen, en Los cautivos, donde un padre —que representa al “salvajismo”, en esa novela, al salvajismo de los unitarios— somete sexualmente a su hija; también está presente en la figura del jefe de preceptores de Ciencias Morales, que es quien ejerce su poder, a través del sexo, con la preceptora a su cargo.
En otra entrevista, radial y más antigua, Kohan dijo que, para escribir, no era suficiente con una buena historia. Resaltó entonces la forma, la estructura, el estilo. Fiel a sus postulados, la historia en Confesión es, en apariencia, sencilla: en su primera parte sigue a una chica de un pueblo de Buenos Aires que, durante su etapa preadolescente, resulta encandilada por un Videla unos años mayor que ella —¿está representada en esa chica la admiración que parte de la sociedad argentina tuvo (y tiene, y añora) por los militares?— chica que confiesa sus deseos con el párroco del pueblo; la segunda parte narra, de manera precisa y austera, el trasfondo de la Operación Gaviota; y, finalmente, en la tercera parte, aparece una nueva confesión, tardía, y ahora trágica, de esa misma chica muchísimos años después. La forma, el estilo, tienen, por el contrario, un trabajo minucioso. Un lenguaje elaborado en el que la insistencia, la repetición —que, aunque distinta, quizá recuerda a la de Andrés Rivera— brinda textura, aporta sentidos, construye atmósferas, compacta escenas y solidifica párrafos, al mismo tiempo que permite sumergirse en ellos, perderse, formar un red que rodea al lector como las aguas turbias del Río de la Plata, ese río sobre el que una voz narrativa que introduce breves paréntesis en la historia principal, también, insiste. Y si se insiste en la descripción del río —o estuario, como en un momento se lo nombra— es porque el modo en que la ciudad le “da la espalda” al río, lo niega, como aquellas cosas vergonzosas que se mantienen ocultas, “en el fondo”, se convierte en metáfora de la conducta de esa sociedad, al menos de una porción de ella, con otra parte de su historia, con las desapariciones forzadas de la última dictadura. Ese río, a su vez, forma parte de la geografía hídrica oculta en las “entrañas” de la ciudad, esos túneles y canales que son sus cimientos, su historia y que, al mismo tiempo —o quizá por eso—, son negados. La ciudad deseó, desea, olvidar el pasado. ¿Es ese pasado de canales y arroyos silvestres, equivalente a la oposición civilización y barbarie? ¿Ese deseo iluminista de ser una capital europea y, por ende, negadora de sus orígenes, está en la misma línea de la apertura a las importaciones, de la destrucción de la industria nacional que comenzó con la Revolución Libertadora?
Vicente Battista dijo una vez que, toda buena novela, en el fondo, tiene algo de policial, y Confesión no escapa a esa máxima. Hay algo de revelación, en el final, que remeda al policial, que retoma el secreto, aquello que se mantuvo oculto y que no puede seguirse escondiendo, que emerge, como las aguas de los arroyos y canales entubados bajo la ciudad de Buenos Aires, como los cuerpos en el Río de la Plata.
Retomando la insistencia sobre la postura que parte de la sociedad argentina adoptó durante el último proceso militar, de Confesión parecería emerger una pregunta: ¿hubo responsabilidad, en parte de la sociedad argentina, en algunos padres, incluso, del destino, de las desapariciones, de sus hijos?