Reescritura y pandemia

por Yamila Bêgné

Yamila BegneEscritura y pandemia, entonces. Hay un primer vínculo, crucial, que hay que pensar. Estos meses, con mucha más evidencia que antes, escribir depende de aquello que no es escribir. Es decir, depende del azar: el azar de no haberse enfermado, el de no haber perdido a nadie, el de tener, todavía, un trabajo más o menos estable. Podrían haber sido otras las circunstancias, y eso hubiera cambiado furiosamente mi práctica de escritura, y hasta la escritura misma y su posibilidad. 

Parece un ritual de etiqueta discursiva el de la admisión de la propia suerte, pero es más que eso. Escribir o no escribir en pandemia, la pregunta que nos estamos haciendo en estas páginas, requiere, ante todo y más que nunca, una respuesta material. La pregunta, para mí, se volvería superflua contra la tristeza de una muerte cercana; impensable e inútil en un hospital, o en la calle. “No caben dudas de que se ha dicho, escrito, impreso, gritado o gemido todo sobre la desgracia, salvo que nunca es la desgracia la que habla, sino cualquier charlatán dichoso en nombre de la desgracia”, dice Bataille. 

Admitida la propia charlatanería, admitidos también los condicionamientos siempre materiales de la escritura, quisiera hacerlos, además, núcleos para pensar la relación entre pandemia y el acto de escribir. En mi caso, se hace más claro que nunca que escribir es una acción más del mundo, un verbo entre tantos otros, uno sin el cual podríamos seguir, más o menos, viviendo. Esta reconfirmación obliga a encarar la escritura, justamente, como un trabajo del día a día, como una práctica. Siempre es así, claro, pero estos meses el foco es más certero. En este sentido, para mí escribir en pandemia es reescribir.

 

Siempre reescribo, siempre corrijo infinitamente, y pienso siempre que no hay diferencia entre escribir y corregir, que son parte de una misma acción. Pero en estos meses de confinamiento, la corrección de una novela acaparó casi todo mi tiempo de escritura y de pensamiento. No es casual, creo: si la pandemia nos fuerza a considerar la materialidad y sólo la materialidad, la escritura se vuelve sobre sí misma, sobre sus formantes y materiales, y los mira y los vuelve a mirar, los invierte y los tuerce, los vuelve a su lugar original, y de nuevo los trueca. Y es en estas revisiones que la dimensión práctica de la escritura brilla especialmente.

 

Pero hay algo más: la reescritura también construye cotidianeidad. Durante estos meses, trabajé sobre todo en la corrección de situaciones narrativas que ya había pensado, de personajes que ya conocía, de frases y estructuras que ya había armado. La corrección se me aparece ahora como un espacio familiar, como una acción de resguardo también, de cuidado: un trabajo cotidiano con lo que hay, un paraguas, un lugar conocido adonde ir. Corregir intensamente un texto es, de algún modo, convertirlo en una casa. Textos como casas, entonces, con espacios que cuidar y personas que querer.

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