Igual que Marty
Máximo Chehin
—Me di cuenta el lunes. Estoy como loco —dice Malice, mientras se sienta en una de las sillas de la cocina. Luego se para, se apoya en la fórmica blanca de la mesa, se pasa las manos por el pelo y vuelve a sentarse. Atrás, en la oficina, alguien pregunta a los gritos dónde está el papel para la impresora.
—¿De qué te diste cuenta? —le dice Robles, desde la silla del frente. Se mete las manos en los bolsillos del pantalón: olvidó las monedas para el café en el escritorio. Con lo que necesita un café—. ¿No tenés una moneda de cincuenta? —arriesga, sabiendo que el otro no lo está escuchando.
—Del problema que tengo. Estaba en el baño. Estoy yendo muy seguido al baño por los diuréticos. ¿Te conté lo del ácido úrico, no?
—Sí, creo que sí, del ácido. Moneda para el café no tenés, ¿no?
—Menos mal que me dijiste lo del ácido úrico, me había olvidado de tomar los diuréticos. A ver si los tengo aquí —le dice Malice, buscando en los bolsillos de la camisa—. Pucha, no los tengo. Tomá una moneda.
Robles se levanta despacio, da un par de pasos y se para frente a la máquina de café. Pone la moneda en la ranura, oprime el botón rojo y espera unos segundos, pero el vasito de plástico no aparece. Golpea la máquina al costado un par de veces y el vaso baja de repente; luego la máquina comienza a escupir el líquido oscuro y oloroso.
—Qué basura —murmura Robles mientras camina de vuelta a su silla. Se asoma por la puerta y mira la oficina; ve su escritorio entre las decenas de otros escritorios, el cubículo vacío del jefe detrás de todo. Puede quedarse un rato más, piensa, tirándose en la silla. Malice sigue palpándose los bolsillos, agachándose, mirando el piso.
—Pucha, no los tengo —repite Malice—, ojalá que los haya dejado en el saco. Si no los tomo me hincho, es un desastre, no te imaginás.
—Seguro que los tenés el saco —lo corta Robles. Malice lo mira un segundo y asiente.
—Si, tenés razón, seguro que los dejé ahí. Gracias che, vos sabés que soy enfermo y me pongo ansioso de vez en cuando. Gracias por tranquilizarme, se aprecia. Ah, te contaba, fue el lunes que me di cuenta.
Malice se levanta, se sirve un vaso de agua del dispenser y la toma despacio, aclarándose la garganta después de cada trago. Ahora voy a tener que escuchar otra historia del loco de mierda este y sus enfermedades, piensa Robles. A Malice no le va a importar que le diga que hoy necesita descansar un rato, que no le importa lo que le pasó el lunes ni el mes pasado, que hoy no joda: va a seguir hablando de cualquier manera. Estira la cabeza y ve por la puerta la oficina, los escritorios idénticos, la luz gris de los tubos fluorescentes, los papeles acumulándose sobre las mesas. Cualquier cosa es mejor.
—Contame —dice Robles, entregado, y sorbe un trago de café.
—Te decía, el lunes a la mañana llego tempranito y voy derecho al baño, por el tema de los diuréticos. Hasta ahí todo bien, bue, normal, con los problemas de siempre. Después me lavo las manos. Yo me lavo bien siempre en los baños públicos, porque todos los virus están ahí, ¿sabés? Cualquier precaución es poca. El tema es que me lavo bien, me escurro y después me paro al frente del secador que está al lado de la puerta, esos nuevos que instalaron el mes pasado, que se encienden solos cuando vos ponés las manos abajo. La verdad, mucho mejor eso que las toallitas de papel, que siempre se acababan a media tarde y después había que secarse con papel higiénico si quedaba, un asco, ¿no te parece?
—Si, un asco —repite Robles, y toma el último sorbo de café. Si pudiera prender un cigarrillo ahora, una pitada nada más. Si pudiera chasquear los dedos, materializar un cigarrillo y hacer que Malice desaparezca.
—Bueno, entonces pongo las manos abajo del secador, y nada. Las pongo más cerca, más lejos, las muevo, y nada de aire. Raro que se rompa esa máquina, pienso, tan nueva, pero qué se yo, cosas que pasan. Estaba yendo a buscar papel higiénico cuando pasa Carlitos, el de contabilidad, se para frente al secador y el aparato arranca, como si nada. La pucha, debo haber hecho algo mal, digo, me acerco de vuelta al aparato, moviendo las manos, dejándolas quietas, más arriba, más abajo, y ni suspiro. Me quedé un rato en el baño, haciendo como que me estaba lavando, para ver si a alguien más le pasaba lo mismo. Pasaron cuatro personas y a todos les anduvo perfecto. Ahí me di cuenta que el problema lo tenía yo, que me estaba pasando algo. ¿Me seguís?
—Te sigo —le responde Robles, meciendo el vasito vacío entre las manos. Pobre tipo, piensa, llegar a este nivel de ridículo, joder a todo el mundo y ni siquiera darse cuenta. Traga un poco de saliva; el café le dejó un sabor ácido y amargo, desagradable, en la boca.
—Me servís un vasito de agua, por favor —le dice a Malice, señalando el dispenser. Malice se levanta, mira el tubo vacío al lado del bidón.
—No hay más vasos —dice.
—Servime en el tuyo, en el que acabás de usar —responde Robles. El otro lo mira, sacudiendo la cabeza.
—Che, no seas boludo, mirá que yo no estoy bien, y los virus se pegan en cualquier lado…
—No te preocupés, yo estoy sano —dice Robles antes de que el otro termine. Malice le sirve agua en el vasito usado y se la acerca.
—Estoy muy preocupado —le dice Malice, sentándose otra vez—. Desde que me pasó lo del baño estoy cada vez peor. Es raro, como que las cosas se me filtran, no sé cómo explicarte. El agua me moja menos, eso es seguro. Tardo una barbaridad en pegarme una ducha. Y volví a probar varias veces con el secador automático. No hay caso. Traigo de casa una toallita para secarme las manos.
Malice se apoya la mano en la frente, primero la palma, después el dorso.
—Fiebre no tengo por ahora. Por ahí un par de líneas. Pero estoy mal, te digo, estoy mal. Estoy pensando a que médico voy. Creo que me conviene ir primero al clínico, pero no sé, porque hasta que me derive por ahí pasan dos o tres semanas y yo así no puedo estar un día más. Quizás me conviene ir directo a un especialista. ¿A vos qué te parece?
—Eh…, si, un especialista —dice Robles. En dos o tres minutos el jefe va a volver y él va a tener que sentarse otra vez en el escritorio, inclinarse sobre una planilla de gastos de cuatrocientas líneas. Necesitaría un poco de tranquilidad, silencio. Y un cigarrillo.
—¿Sabés qué? —dice Malice—. Yo creo que sé lo que tengo. Es como en la película Volver al Futuro, ¿te acordás de esa película?
—Si, me acuerdo —le contesta Robles. Delante de él, el cielo se despeja en la ventana de la cocina y un rayo le ilumina la cara y los hombros. Por fin algo agradable en este día de mierda. Ahora piensa quedarse quieto en ese lugar hasta que escuche los gritos del jefe.
—Bueno —sigue Malice—, viste que ahí el protagonista, creo que se llamaba Marty, viaja al pasado y hace alguna cagada. Entonces el futuro cambia, los que van a ser sus padres no se conocen, y cosas por el estilo. Todo resulta en que él mismo no va a nacer, y entonces comienza a desaparecer de a poco, porque en realidad nunca nació. Yo creo que a mí me está pasando lo mismo.
—Fuiste al pasado, me estás diciendo.
—No, no —dice Malice, sacudiendo la cabeza—, ¿cómo se te ocurre? Te digo que tengo ese problema. Tengo una enfermedad que me produce eso. Es como que estoy perdiendo algo, no sé, materia, ¿entendés? Igual que Marty.
Dios mío, piensa Robles, las cosas que hay que escuchar. El regusto del café en la boca es tremendamente desagradable. Podría darse una escapada rápida a la puerta, encender un cigarrillo, mirar un rato el cielo, pero calcula que el trámite le va a llevar por lo menos diez minutos y no puede tener otra pelea con el jefe esta semana. Al menos está ese rayo de sol que le entibia la cara. Cierra los ojos y respira hondo; estira las piernas completamente por debajo de la mesa hasta apoyar las puntas de los zapatos en la silla de Malice. Empuja la silla con los pies, como para hamacarse un poco hacia atrás, pero en lugar de eso Malice y su silla se mueven unos centímetros hacia adelante sin oponer resistencia. Malice busca algo en sus bolsillos; no parece haber percibido nada. Robles levanta la cabeza y lo mira, se agacha levemente y mira la silla de Malice por debajo de la mesa, luego vuelve a estirarse y la empuja otra vez. La silla se desliza casi sin roce contra el piso, como una silla vacía.
—¿Ché vos te pesaste últimamente? —le dice Robles, incorporándose. Malice encuentra una moneda en el bolsillo de su pantalón, se para y camina hacia la máquina de café. Está igual, piensa Robles, no está más flaco, está igual.
—No me peso desde que estuve con una infección intestinal el mes pasado. Tenía miedo de deshidratarme y me pesaba varias veces por día. Cuando hacés eso el peso te da cualquier cosa, y lógicamente te agarra pánico. Así que el gastroenterólogo me dijo que me pese una sola vez por mes y en su balanza, que es más precisa.
El olor del café inunda la cocina. Robles toma un sorbo de agua.
—Me parece que te tendrías que pesar, ¿no? Sobre todo por este… este problema que estás teniendo ahora.
—Y sí, tenés razón. También por los problemas de estómago. Yo creo que tengo un parásito jodido, una tenia o algo por el estilo, y no me lo detectan. Es todo un tema detectar los parásitos. Es más, yo ni siquiera debería tomar esta porquería, pero bue, vicios son vicios. Con los parásitos…
Robles mira a Malice, su ropa, el cuello, la cara: todo está igual. Malice gesticula mientras habla, y luego intenta agarrar el vasito de café de la máquina; su mano pasa limpiamente a través del vaso, como si la mano o el vaso fueran sólo una imagen. Inmediatamente después repite el movimiento y saca el vaso de la máquina, sin dejar de hablar, como si no hubiera notado el primer intento fallido. Robles se para; mira la mano derecha de Malice, que ahora lleva el vaso a la boca. Malice traga un sorbo de café y sigue:
—Me tendría que hacer una endoscopía de una buena vez. Pero bueno, viste como son los médicos, primero te dan diez pastillas y…
—La mano —lo interrumpe Robles, señalando la mano derecha de Malice—. Tenés algún problema en la mano. Recién cuando levantaste el café… Tenés un problema.
Malice deja el café en la mesa y se mira la mano.
–—Che no me asustés, por favor. ¿Es el lunar? Si me crece el lunar que tengo en la palma el tema es serio. ¿Es eso, no? ¿Me está creciendo el lunar?
Malice se para entre Robles y la ventana, con el brazo estirado, mostrándole la palma de la mano que hace segundos recogió el café. El rayo de sol que entra por la ventana atraviesa a Malice y emerge sobre el pecho de Robles con una luz tenue, como a través de un vidrio esmerilado. Robles piensa súbitamente en un virus, en miles, millones de puntos invisibles, venenosos, poblando todo el espacio de la cocina, el aire, su vaso. El mismo vaso del que hace un rato tomó agua Malice.
Le falta el aire. Tiene que salir de ese lugar y respirar aire sano, y no le importa un carajo el jefe ni nada que se le interponga. Aire sano y fresco, y un pucho. Sale de la cocina, cruza la oficina y corre por el pasillo que termina en la puerta de calle. Tiene la boca seca y siente un mareo espantoso. Necesita estar afuera. Unos metros antes de llegar a la puerta reduce el paso para darle tiempo al mecanismo automático, pero la hoja de vidrio enorme, maciza de la puerta, no se abre. Robles se mueve hacia adelante, hacia atrás, levanta los brazos, y no logra que el punto rojo del sensor de movimiento parpadee. Golpea la puerta con los puños, la patea, y nada. Se para frente al sensor y salta para poner la mano justo frente al aparato; al elevarse siente que lo hace casi sin esfuerzo, como si súbitamente fuera más liviano. Afuera alguien pasa fumando un cigarrillo.


Máximo Chehin
(Tucumán, 1972)
Narrador argentino. Publicó los libros de cuentos Vista al Río (Editorial Bajolaluna, 2010) y Salir a la nieve (Fundación El Libro, 2017), y la novela La vida interesante (Editorial Bajolaluna, 2014). Ha recibido varias distinciones por su obra, entre ellas el premio de cuentos del Fondo Nacional de la Artes (Argentina), el Premio Internacional de Cuento de la Fundación El Libro (Argentina), y el premio de crónica “La Voluntad” de la Fundación Tomás Eloy Martínez (Argentina). Actualmente vive en Buenos Aires.
Me gustaron los tiempos de este cuento. Los diálogos, los objetos bien realistas. El pasaje de que «no puedo tener otra pelea con el jefe esta semana» a que le «importa un carajo el jefe»: nada mejor que aire sano y fresco, y un pucho.
Me gustó la idea, y la manera de recrear el ambiente de oficina. Creo que el elemento Marty a esa altura del relato, es demasiado anticipatorio. Tal vez si estuviera sugerido más adelante en el texto, tendría más fuerza.
Hola Vale, gracias por pasar a leer y comentar. Me quedé pensando en lo que comentas sobre el lugar donde se menciona a Marty. La verdad a mí no me hizo ruido, de hecho, me parece que cada uno de los elementos que se van mencionando hace que el engranaje gire y encastre para llevarnos hacia el final. El elemento tiene un uso como el que hace Flannery O’Connor, salvando la distancia, por supuesto, en relación a la pata de palo en su cuento «La buena gente del campo». Muchísimas gracias por sumarte a leer y dejarnos tus comentarios.
¡Un abrazo!
Muy bueno el cuento! Narrado con mucha gracia literaria. Diálogos verosímiles. Descripciones precisas. Lo fantástico que se construye con naturalidad en un plano muy real. Buen humor, como cuando Robles le marca a Malice el problema en la mano derecha, y éste, hipocondríaco, se empieza a asustar por el lunar.
Sin dudas, este cuento ocupa un lugar del podio.
Con ansias aguardo el bonus track y la nueva propuesta. Gracias!
¡Qué bueno que te gustó el cuento, Gustavo! De verdad, me pone muy contenta. Este viernes estaremos leyendo de nuevo. Y para el lunes les estaré pasando más precisiones sobre cómo seguiremos. Estoy muy entusiasmada con esta nueva propuesta. Ojalá el resto de las y los convocados también se entusiasmen.
¡Un abrazo!
Mis disculpas al señor Chehin, pero el cuento no me gustó. Bien llevado, escrito correctamente, pero no pudo atraparme, empezando como una escena común de oficina y terminando como cuento fantástico, enganchando al personaje de Marty, cuando va desapareciendo mientras toca la guitarra y canta en uno de los tres episodios de las películas de Volver al Futuro… Marty vuelve a aparecer, cosa que aquí no ocurre. Otra vez será.
Me gustó mucho este cuento. Muy bien descriptos los personajes en sus estereotipos. Lo fantástico colándose sutilmente en una situación absolutamente cotidiana y anodina. La dosis justa de suspenso y anticipación. Un final brillante. Leí los comentarios anteriores y a algunas personas no les gustó, creo que como pasó con el cuento anterior , «El anhelo», no todo puede gustarle a todos. Y ahí está lo interesante, que cada cual vaya encontrando lo que le gusta y haciendo su propio camino lector. Celebro la propuesta de la «yapa» y de continuar leyendo con el próximo proyecto. Gracias!!!!
Hola María Alicia, me alegra que hayas disfrutado la lectura del cuento. Efectivamente, para algunos será una lectura interesante, para otros no, y en esa diferencia es donde radica la magia de esta actividad y de la narrativa en general. Hay libros para todas y todos, cada quien hará su propio recorrido e irá encontrando esas voces y géneros, por qué no, que disfruta más. Nosotros, desde la Fundación, lo que buscamos es dar espacio a todas las voces que consideramos valiosas, sin distinción. Este primer viernes de junio nos reencontramos para leer el Bonus Track. Espero que también disfrutes esa lectura.
¡Un abrazo!
Hola Adelina, qué pena que no te haya enganchado el cuento. Sin embargo, no deja de ser un buen cuento. La metáfora en relación a la película es solo eso: una metáfora, no tiene por qué ser literal. De hecho, la referencia la hace uno de los personajes, simplemente, para ilustrar eso que le pasa y me parece que es muy acertado porque cualquiera que haya visto la película, que encima es ya un clásico, se da cuenta enseguida de qué es lo que le pasa al personaje. En fin, ya otra vez será, como bien dices. Nos volveremos a leer este primer viernes de junio.
Un abrazo.
Excelente, desde el ambiente, las descripciones, los diálogos, las sensaciones. Y la verosimilitud, muy bien lograda. Felicitaciones al autor.
Buenísimo que te gustó el cuento, Mercedes. Ojalá el próximo, que leeremos este viernes, también te guste.
¡Un abrazo!
Difiero de tantos comentarios buenos sobre este cuento. Me pareció prosaico (RAE: insulso, vulgar. Otras acepciones: ordinario, trivial, ramplón, insustancial). Además, la repetición de palabras es inconcebible: Malice aparece 30 veces, Robles: 24, café: 15, silla: 10, vaso: 9, manos y problema: 8, máquina: 7, moneda: 6, cocina, papel, vaso, mesa, cigarrillo, escritorio: 5 veces cada una. ¿Para qué sirve tener una de las lenguas más ricas en palabras como es la española? No vale la pena releer eso.
María Teresa, ¿vaso aparece nueve veces, o cinco? No creo que la repetición plantee un problema en sí. A veces sólo hay que decir café, y reemplazarlo por expresiones tales como «infusión» o » brebaje tropical», en vez de mejorar el texto, lo empobrece. En mi humilde opinión.
Efectivamente, Vale. La repetición es necesaria algunas veces. De hecho, es un recurso. Un vaso es un vaso, no hay mejor forma, ni más clara, de llamarlo.
Un abrazo.
Una pena que no te haya gustado el cuento, María Teresa. Una pena porque Máximo Chehin es una de las nuevas voces argentinas que se ha venido abriendo camino de forma sostenida en los últimos años. Los comentarios recibidos en relación a su libro de cuentos ganador del primer concurso de cuentos organizado por la Fundación El Libro así lo demuestran. Por supuesto, no tiene porque gustarle a todas y todos sus cuentos. En eso estamos absolutamente de acuerdo. Sin embargo, difiero en tu parecer al llamar prosaico el cuento, porque para mí no es un cuento para nada vulgar o simplón, al contrario, me parece que logra un muy buen balance entre profundidad, inquietud y sencillez. Algo bastante difícil de lograr en una narración. Por supuesto, encontrarás en el cuento palabras que se repiten, ¿en qué narración no las encontraríamos? Es imposible no repetir palabras en un texto. Hasta el mismo Jorge Luis Borges tiene palabras repetidas. Por ejemplo, en su cuento «Las ruinas circulares» la palabra «hombre» se repite 19 veces, «hijo» unas 9 y «sueño» 14.
Coincido en que la lengua castellana es rica y deberíamos sacarle el máximo provecho, pero también creo que no es necesario rebuscar el lenguaje para no tener que repetir una palabra en un texto. Es más, la repetición es un recurso narrativo. Pero claro, algunas repeticiones pueden hacer ruido. El tema no es repetirse, la cuestión es saber encontrar un balance. Sin embargo, no veo una falta de balance en el cuento de Máximo Chehin. Puede que, en el fondo, la cuestión sea que la historia está contada de forma llana, sin un lenguaje con acepciones rebuscadas. Algo que también es un logro del autor porque las palabras que escogió para narrar y la forma en que las combinó acompañan el contenido de lo que está contando.
En fin, creo que está buenísimo que tengamos diferencias de opinión y que podamos volcarlas en este espacio.
Ojalá alguno de los cuentos que continuaremos compartiendo pueda alinearse con tu gusto literario. Tal vez sí, tal vez no. Quien sabe.
Por lo pronto, te dejo un abrazo.
Y nos seguimos leyendo.
Me causó mucha gracia que el café cueste una moneda de 50… Un viaje en el tiempo.
Me gusta que se anime a narrar desde el diálogo, no es nada fácil. Algunos esquivan el diálogo, justamente, por el desafío que implica darle voz a los personajes. Y este cuento redobla la apuesta narrando prácticamente todo desde el diálogo.
El cuento me intrigó desde el título, no podía imaginar qué podría pasarle a alguien igual que a «Marty». Y para mi sorpresa les termina pasando algo que he sentido de alguna manera alguna vez: ese grado de alienación desesperante.
Saludos.
Sí, la verdad que tienes razón, Sol. El detalle de la moneda de 50 es un viaje en el tiempo.
Coincido en lo que comentas en relación a la construcción de la historia a partir del diálogo: es algo sumamente difícil de lograr y el autor lo hace muy bien. En especial, al lograr dar una voz bien distinta a cada uno de los personajes.
A mi también me intrigó el cuento desde el título, hasta que apareció la referencia a Volver al futuro. Entonces, fue sencillo atar los cabos.
Gracias por pasar a leer y comentar.
¡Un abrazo!
Muy bueno el relato, entretenido y certero en lo que cuenta. Me gusta que vaya construyendo a los personajes y la «enfermedad» a través de pequeñas escenas dentro de la escena general, y que los actos mínimos hagan avanzar la historia al mismo tiempo que describe el ambiente, sin necesidad de adjetivar de más. Muy llevadero por el ritmo así como por la historia en sí, y me gustó cómo resuelve el final. Por no mencionar el guiño a los que somos muy fanáticos de la saga Volver al Futuro 😉
Genial que disfrutaste de esta lectura, Matías. Me encantó el recuento de esas cosas que más te gustaron del cuento. Muy bueno todo. Ojalá el resto de los cuentos que seguiremos leyendo también te guste.
Te dejo un abrazo.
Un cuento magnífico, se inicia puro realismo y desemboca en lo fantástico superlativo. Como en el cuento Afuera, desintegrados por esa atmósfera de tierra arrasada por los pesticidas, acá los cuerpos son desintegrados por la peste interior, por la rutina, el griterío del jefe, la prohibición de fumar, la tortura del escritorio y la planilla de cuatrocientas líneas. Nos ubicamos en la cocina de la empresa. El texto es lo cotidiano, el narrador escucha, ve, cuenta, se mete en la cabeza y las emociones de los personajes (El punto de vista está focalizado en Robles). Trata de sobrevivir, de respirar, le alcanza con un rayo de sol en ese día de mierda mientras el otro le cuenta semejante estupidez. Lo tolera porque al menos sale de ese infierno que es el escritorio y la mirada del jefe. Necesita un café, lo escucha al coso que le habla de sus enfermedades, de una película, de volver del futuro, ¡lo que hay que bancar! El tipo se dio cuenta un fatídico lunes, al retornar al trabajo, siente que se desintegra, y se compara con Marty, siente que lo están borrando, que va perdiendo densidad. Robles ve cómo el rayo de luz lo atraviesa y proyecta una luz esmerilada y se asusta, necesita aire y un pucho, qué importa el jefe, la oficina, a la calle, a tomar aire. Aire puro, no el aire de Adentro y llega hasta la puerta de vidrio automática y no se abre, su cuerpo también perdió viscosidad, está tan sin sangre y atontado como el otro, el mundo exterior ya no te responde, te desconocen, sos nada, mientras afuera pasa un tipo fumando tu pucho y te lo quedás mirando.
Fantástico recuento de tu lectura de esta historia, Rubén. Buenísimo que te haya gustado. Coincido contigo en que el pasaje del realismo a lo fantástico está muy bien logrado. El resto, como siempre, muy interesante.
Gracias por volver a pasar a leer y comentar.
Nos seguimos leyendo el próximo viernes. Ojala el Bonus Track también te guste.
¡Un abrazo!
Poquísimas palabras describen el ambiente de la oficina, que el relato va llenando de signos agobiantes primero y amenazantes después. La neurosis y el hastío como temas centrales y un misterio que subyace. Imágenes muy potentes, como la puerta que no se abre. Realmente atrapante. Gracias.
Buenísimo que te haya gustado el cuento, Graciela. Sí, efectivamente, con poco el autor logra establecer el ambiente y la relación entre los personajes. De hecho, la elaboración casi integra del relato a través del diálogo es también todo un logro. Me alegra que hayas disfrutado esta lectura.
Ojalá la que sigue también te guste.
Te dejo un abrazo.
Buenisimo!!! Como comienza con una historia realista que desemboca en algo fantástico. Me pareció genial!!! Muy bien descriptos a través del diálogo los personajes.
Genial que te haya gustado, Liliana. Gracias por pasar a leer y dejarnos tu comentario.
¡Abrazo!
Hola, la verdad es que me he dado cuenta que uno de los géneros que más disfruto son el fantástico, lo inverosímil convertido en realidad. Disfruté el cuento, a pesar de que el final se adivina antes de que Robles beba del vaso de Malice, pero eso es un detalle, parte del mismo cuento. Me veo reflejado en los personajes en esa forma de interactuar; sumido en mis propios pensamientos, tratando de comunicarme a través de una nebulosa mental que confabula con una comunicación fluida. Está todo muy bien logrado, es de esos cuentos que dejan gusto a poco, ¡excelente! Está en la misma línea de Los Otros Muertos y El Negro Vila, mis preferidos.
Qué bueno que te haya gustado el cuento, Daniel. Y es muy interesante eso que dices acerca de que te has descubierto buscando el género fantástico, de «lo inverosímil convertido en realidad». Sí, coincido en que es una historia que va en la línea de «Los otros muertos» y de «El negro Vila».
Muchas gracias por pasar a leer y dejarnos tus impresiones.
¡Abrazo!
El cuento tiene secuencias muy bien construidas y rítmicas La hipocondría, el ambiente opresivo de una oficina , el que Robles se fastidie con Malice …son escenas cotidianas que nos retrotraen a ámbitos comunes. La enfermedad contagiosa, me llevó a pensar en esta Pandemia, que vivimos. El final en el que intenta abrir la puerta de la oficina, me gustó. El título no lo entendí
Marty es el protagonista de la película Volver a futuro, que, como se describe en el cuento, se va desvaneciendo. Malice dice que se siente como Marty.
Exactamente, Mercedes. Gracias por contribuir con la aclaración.
¡Un abrazo!
Hola María Antonia, qué bueno que te haya gustado este cuento, donde lo cotidiano es llevado un poco más allá. Coincido en que la mención a la enfermedad bien puede retrotraernos a nuestra situación de pandemia actual. Digamos que entró perfectamente en el contexto.
Sobre el título, por ahí vi que Mercedes te lo respondía. Igual reitero: la mención está en el propio cuento, cuando Malice hace referencia a que eso que lo afecta lo hace sentirse igual que «Marty», el protagonista de la película «Volver a futuro» que, como se describe en el cuento, se va desvaneciendo.
¡Un abrazo!
Hace tiempo que tenía ganas de leer a Máximo Chehin, y agradezco esta oportunidad. Qué gran escritor. El cuento atrapa desde el primer momento, con la verosimilitud construida a tal punto por los detalles, el ritmo de los diálogos, y el contrapunto con el monólogo interior. Con ese trabajo minucioso puesto en los detalles objetivos, me sorprendió mucho que no resultara un cuento realista. Encontré un parentesco con el cuento leído anteriormente, «Los otros muertos»: en ambos los personajes viven cotidianamente en el ambiente impersonal de la oficina, lo que los va empujando, de maneras distintas, a la inexistencia. Aunque este tiene un ritmo más lento y, me pareció, una mayor densidad en la prosa.
Me gustó mucho. Cómo de un supuesto insulso diálogo entre dos oficinistas termina en un cuento fantástico donde Robles «se contagia»del mal que sufre su compañero( muy a tono con estos tiempos). Muy buena descripción de ambos personajes y del ambiente de una oficina.Excelentes diálogos y un remate «cross de mandíbula». Un placer esta lectura.
Gracias por pasar a leer y comentar, Teresa. Me alegra que hayas disfrutado la lectura.
¡Abrazo grande!
Qué bueno que hayamos podido acercarte el cuento de un autor que buscabas leer, JB. Me alegra mucho, de verdad. Ojalá atinemos a presentarte otra u otro autor que estés queriendo leer.
¡Abrazo grande!
Me gustó mucho. Muy fluidos y naturales los diálogos.
Buenísimo que te haya gustado, Fernando.
¡Abrazo!
Me gustó. El ritmo del diálogo es fluido y al «discurso interior» de Robles un buen contrapunto a la realidad exterior que empieza a distorsionarse levemente.Buen remate, otra vuelta de tuerca… golpe al mentón final.
Genial que te haya gustado el cuento, Guillermo. Ojalá los que seguiremos leyendo también te interesen.
Un abrazo.
Buena narración. Bien logrados los diálogos. Final previsible.
Buenísimo, María Inés, que te haya gustado el cuento. Me alegra. Muchas gracias por pasar a leer y comentar.
¡Abrazo!
Muy bueno, me atrapó desde el momento en que cuenta lo del secador. Algo extraño e inexplicable le sucede a uno de los personajes, una enfermedad o virus misterioso que de alguna manera contagia a otro (tan a tono con estos tiempos). Me gustó cómo los detalles de la oficina, desde el secador, la máquina de café, la silla, el vasito, el sensor y demás van dando señales muy inquietantes de lo que sucede.
Qué bueno que te haya enganchado el cuento, Sofía. Sí, hay muchos detalles que sumados logran el incremento de la inquietud.
Me alegra que te haya gustado.
¡Un abrazo!
Me gustó. Los diálogos son muy oportunos y precisos en la comprensión del cuento.El final es la vuelta de rosca que le da más gusto aún a la trama.
Muy buen detalle el que mencionas sobre la vuelta de tuerca que aporta el final. Gracias por pasar a leer y dejarnos tu comentario, Mónica.
¡Un abrazo!