Hallazgos arqueológicos
Cristian Acevedo
Lucas se abraza al regalo que acaba de traerle el tío Daniel. Corre y busca un escondite donde no le lleguen los gritos: el mantel que cuelga y cae hasta las baldosas blancas es su refugio. Atrincherado bajo la mesa rompe el envoltorio y, de a poco, se desentiende de las voces de su papá y del tío Daniel que —como siempre— pelean como si se fueran a matar.
Lucas lee la caja: “Kit de Excavación Arqueológica”. Y siente que el corazón le va a estallar en el pecho. El tío Daniel sí que lo entiende. ¡Es el mejor tío del mundo! Y él no sabe por qué su tío y su papá están discutiendo ahora, pero no debe ser por el regalo. Porque Lucas vio en un documental de Canal 7 que los arqueólogos también usan uniforme. Y no serán tan verdes y limpitos como los de un General, pero igual son uniformes: a su papá seguro le gustará verlo uniformado. Aunque sea de arqueólogo.
Y, además de la camisa y el pantalón verde, la caja tiene una cantimplora y muchas herramientas: dos pinceles, pico y pala, un cepillo grande, otro mediano, y un cepillo que debe ser para los huesos chiquitos, porque sus pelos son finos como pestañas.
Ahora su mamá vuelve de la cocina con dos tazas de café, y el tío Daniel empieza a decir algo de gente que la “chuparon”. Y su papá le dice que se calle la boca, que no sabe lo que está diciendo, que si es vivo va a saber cerrar el culo.
Y Lucas —que permanece bajo la mesa— también quiere que el tío se calle. Que obedezca y no hable. Porque no le gusta que su papá se ponga así, que diga malas palabras, que golpee la mesa. Y menos por esa gente de la que habla el tío, que “se chupa” porque seguro toma mucho vino.
Ahora, hace como un año que el tío Daniel no va a visitarlos.
La última vez se había ido de un portazo y a los gritos. Y Lucas esperaba que volviera como al mes, cuando ya se les pasara el enojo, pero se ve que todavía no se le pasó porque ni siquiera a su cumple fue.
De todas formas sigue siendo su tío preferido: su mamá se enoja porque Lucas tiene como siete tíos más, pero ninguno de ellos lo entiende como lo hace el tío Daniel. Cómo se reían todos la última Navidad, cuando él les contó que quería ser arqueólogo. Si el tío Daniel hubiera estado en esa cena, no habría dejado que se rieran así.
Igual, Lucas juega todo el día a que es arqueólogo, aunque su papá lo mire de reojo. En el fondo es donde juega, porque su papá no quiere que salga a la calle: lo dejó muy claro la vez que le dijo a su mamá que tenían prohibido salir a la calle solos. “Es peligroso”, había dicho, y su mamá había bajado la mirada, y no dijo nada.
Su papá dice que la plaza de la esquina es peligrosa, que hay gente que pone bombas en las calesitas, en los autos, en las casas. Tampoco lo deja juntarse con los melli porque dice que sus padres son también peligrosos. Y con tanto peligro, a Lucas no le queda otra que jugar en el fondo.
Así que se pasa las tardes trepado a la higuera o tirado en el pasto. De vez en cuando juega a la guerra: se ajusta con doble vuelta de cordón los borceguíes de su papá y sale a los metrallazos a rescatar a algún soldado de su escuadrón. Aunque son más entretenidas las tardes de excavaciones, de monedas desenterradas, de fósiles por descubrir.
Por eso es que Lucas hace pozos, porque vio en la tele que en Argentina había dinosaurios enormes, como uno que pesaba como cien toneladas y del que siempre se acuerda porque se llama Argentinosaurio, y es fácil de acordarse.
Y como últimamente su papá anda muy ocupado con eso de defender a la patria, él tiene tiempo de hacer lo que quiere sin que lo miren peor que a un soldado enemigo.
Ya lleva tres pozos. Y a medida que hace uno nuevo, cubre el viejo y le clava un palo que le sirve para reconocer las zonas ya exploradas. Su mamá dice que va a comprar flores para aprovechar esos pozos y la tierra removida. Pero él sabe que nunca va a comprar nada, porque salir es peligroso.
Lucas se prometió que, para cuando al tío Daniel se le pasara la bronca, tendría algún hallazgo arqueológico para enseñarle. Y el tío se va a poner recontento, y no le va a quedar tanto tiempo para discutir de política con su papá.
Afuera todos festejan que salieron campeones del mundo. Pero Lucas sigue cavando: a él no le interesan ni el fútbol ni los mundiales ni nada de todo eso. En lo único en que piensa es en su promesa.
Al tío Daniel sí le gusta el fútbol: tiene el carnet de socio y una cadenita bien brillante con el escudo de Independiente.
A su papá también le gusta, pero no es fanático. El abuelo siempre cuenta que cuando eran como él, los llevaba a la cancha a ver al “Rojo” domingo por medio. “Artime, Yasalde y Tarabini”, repite el abuelo; y Lucas, de a poco, se va acordando de los once. El abuelo también le dice que alguna vez los va a convencer para que vayan los cuatro. Lucas nunca fue a la cancha, no es lo suyo. Y aunque el tío Daniel diga que no, los chicos del cole tienen razón: él es de madera para los deportes.
Al mediodía vio en la tele que todos se juntaban a festejar en el obelisco. Seguro el tío Daniel anda por ahí, festejando, con todos los demás. Y puede ser que después de los festejos, pase a visitarlo. Están todos tan contentos que seguro se olvidó del enojo que tenía con su papá. Por eso cava y cava. Y hasta se fue al galpón a buscar la pala de punta. Por si viene el tío.
Ya tiene ocho palos clavados en hilera y ningún descubrimiento. Le queda mucho por explorar. Y se le ocurrió que lo mejor es empezar bien pegado a la medianera del fondo, entre la higuera y el limonero.
Su papá acaba de llegar —él no se ha sumado a los festejos—: se baja del auto y, desde la puerta, se queda mirándolo. No dice nada, se peina el bigote y se mete en la casa. Por suerte Lucas ya ha dejado en su lugar los borceguíes. Ya ha hecho la tarea y ha acomodado su pieza también. Se ha ganado el derecho de hacer arqueología todo el tiempo que quiera. Al menos hasta las siete.
Y empieza a palear a un lado del limonero, que es donde la tierra está más blanda y hay más sombra. Hace un pozo y, cuando ya no hay manera de que la pala saque más tierra, sigue un paso más allá. Cava uno, tapa otro, marca con un palo y sigue. Así hasta que el sol se inclina contra la higuera y le descarga su último destello.
Lucas puede ver cómo su sombra se va haciendo cada vez más larga y finita. Y en uno de tantos golpes de pala, la tierra se raja y se desmorona en un hueco blando y prometedor. Sus manos rebotan en el mango, y el filo embarrado de la pala cruje bajo sus pies.
Una tela gruesa y sucia se extiende a lo largo de la fosa.
Y Lucas nunca estuvo tan feliz —así de eufórico se habrá sentido Carter frente a la tumba de Tutankamón—. Cavará hasta que pueda liberar esa tela que lo separa de su gran descubrimiento. Y planea sus siguientes pasos: usará la pala de mano para los bordes donde parece no haber más tela. Y, a la mañana siguiente, se levantará temprano y avanzará con el cepillo mediano. Capaz que es un cofre, una momia maya, ¡el mismísimo Argentinosaurio!
Por fin consigue liberar una punta de esa sucia tela, que bien podría ser antiquísima, prehistórica. Levantarla no le resulta fácil, pero Lucas sabe que nada es fácil para un arqueólogo. Y el corazón le late en el cuello y a ambos lados de la cabeza, de la emoción.
Es mejor de lo que esperaba: los huesos que se desparraman dentro de la tela son más largos que sus propios huesos. De seguro va a necesitar el cepillo grande también. Y empezar bien temprano.
Y está tan sumido en su labor arqueológica que no alcanza a oír a su papá que grita su nombre, que se acerca a paso firme, que lo zamarrea por la espalda. Que le da un bife con el dorso de la mano y que le grita que se levante y que lo arrastra de la oreja y que lo encierra en el baño y que lo faja como nunca.
Contra el marco de la puerta, su mamá reza en voz baja: la nariz y los ojos hinchados, los labios pálidos.
Lucas espía a su papá desde la ventana. Lo observa acercarse a sus excavaciones y marchar de un lado a otro. Del limonero a la higuera, ida y vuelta, muchas veces. Lo ve arrodillarse. Lo ve agarrarse la cabeza, lo ve permanecer de rodillas frente a su descubrimiento de huesos grandes. Y lo ve meter la mano y sacar algo, algo dorado que le cuelga entre los dedos y que resuena como un tintineo de llaves. Y no solamente eso ve: su papá también mira al cielo, que oscurece sobre su cuello que tiembla. Y Lucas no entiende: si hizo la tarea y ordenó su pieza, ¿por qué se puso así, por qué le pegó tanto, por qué su papá no se pone contento?
Lucas no sabe por qué. Pero, aunque apenas pueda ver esa espalda agitada y esa mano que aprieta algo dorado y brillante, a Lucas le parece que su papá también llora, y que llora por su culpa.


Cristian Acevedo
(Tierra del Fuego, 1982)
Narrador argentino. Ha publicado los volúmenes de cuentos Canibalísmico (Nova, 2014), Sommelier de infiernos (Baltasara Editora, 2016) y La sonrisa del rottweiler (Baldíos de la lengua, 2019). En 2016, Editorial Bärenhaus publicó su primera novela, Matilde debe morir. Entre otras distinciones, ha sido finalista del Premio Marco Denevi de Novela 2018, del Premio de Cuento Bernardo Kordon 2018 y del Premio Clarín de Novela 2019. Actualmente vive en Bella Vista, desde donde escribe.
Muy interesante cuento «Hallazgos arqueológicos». Plantea el tema de la última dictadura militar Argentina (1976-1983) desde la mirada neutral de un niño. Que está entre los dos bandos ideológicos. Va introduciéndonos en el marco histórico – político con pistas muy poderosas pertenecientes al inconsciente colectivo. Como por ejemplo: borseguies, uniforme, gente chupada, los que ponen bombas en todos lados. Muy buena atmósfera. Un conflicto principal bien definido (la pelea entre el padre y el tío de Lucas). El final del cuento refleja el resultado real de una de las etapas más oscuras de nuestra historia reciente. Por ello el cuento en sí es el reflejo vivo de una época.
Podrían ajustarse unos detalles:
-El Argentinosaurio se descubrió en 1989 en Neuquén.
– En el final no está del todo clara la pista («sonido de llaves») para identificar que los restos de huesos hallados sean los del tío de Lucas. Además por el tiempo transcurrido y el estado de dichos huesos.
Un buen cuento. Me desorienta que el narrador en tercera persona sea la voz de un chico que tiene la edad del protagonista. ¿y si fuese narrado en primera persona?
me gusto mucho.
Me gustó mucho! Un narrador muy cercano al niño, por eso a veces hasta parece que narrara en primera. Me gusta que el final sea abierto, yo no coincido con que es el tío, si bien pareciera que el tío murió o está en algun centro clandestino y sí el padre tiene bastante más que ver con esa época de lo que dice.
Me gusta la inocencia del niño que no termina de darse cuenta de la gravedad de lo que encontró. Me gustan los cuentos donde se narra una historia y hay otra entrelíneas.
Buenísimo que hayas disfrutado el cuento, Carlota. Gracias por pasar a leer y comentar.
¡Abrazo!
Buena historia, bien narrada. Me gustó que el narrador sea ese niño arqueólogo que va mostrando con detalles necesarios una época siniestra de nuestra Argentina
Una historia fuerte de una época nefasta y dolorosa, más impresionante aún en la voz de un niño. Hábil uso de recursos para ubicar la época y generar suspenso e intriga. Final abierto que el lector puede interpretar de diversas maneras; la cadenita brillante deja una pista aunque tal vez sólo sea eso. Al leerlo recordé la película Kamchatka de Piñeiro. Me gustó y me dolió.
Me gusta la elección del punto de vista del narrador pegado a la mirada del niño, como recurso técnico para ir revelando lo que sucede alrededor. El estilo coloquial y el tono narrativo medido, mesurado, guardan coherencia con esa mirada: no desentona. En ese sentido me parece bien logrado el ambiente de un cuento realista. El final me pareció inverosímil, por las cosas que ya señalaron más arriba, y demasiado obvio. Tal vez habría sido más creíble, y hubiera tenido más fuerza de sugestión, que no se hallara el cuerpo. Que el niño encontrara sólo la cadenita, o que el cuento terminara simplemente con el niño excavando ante la mirada del padre, sugiriendo la posibilidad de un hallazgo futuro.
Gracias por la lectura y comentario, JB. Siempre es un gusto leerte.
Un abrazo.
El cuento es entretenido, sin entrar en detalles narrativos o en algunos anacronismos, ya mencionados. Sí me di cuenta del final casi al principio de la narración, por lo que no me produjo ningún efecto sorpresa ni horror. Me parece que tiene que ver con que da indicios que son fácilmente asociables por ser un tema muy recurrente, además de dar toda la información muy rápido, y ahí pierde efecto el final. Un ejemplo similar pero que funciona de forma magistral es el cuento Infierno Grande de Guillermo Martinez.
Exacto lo de Infierno Grande. Apenas terminé de leer este, se me vino ese a la mente.
Gracias por pasar a leer y comentar, Leandro.
Un abrazo.
Buen día. Muy buen cuento. No sé si es su tío el que aparece enterrado. Creo que no. No dan los tiempos dentro del cuento para haberlo enterrado ahí sin que el niño no se enterara. Sí que es el de algún desaparecido. Felicitaciones!!!
Me alegra que te haya gustado el cuento, Fernando.
Un abrazo.
El Argentinosaurus se descubrió en 1989.
Gran dato, Amadeo.
El cuento me parece muy bien desarrollado en algunos detalles que podrían pasar desapercibidos para quien no haya vivido esa época: los bigotes y los borceguíes del padre por sí solos nos dan la pista. El enfoque del punto de vista del niño hace creíble su curiosidad «arqueológica» emparentada con la que en el futuro desarrollará el equipo forense internacionalmente reconocido y del cual, extrapolando, el niño podría llegar a formar parte. La referencia al argentinosaurio es incorrecta, pero podría mencionarse en su lugar al Massetognathus teruggii (un vertebrado fósil del Triásico hallado en La Rioja en 1967) denominado así en honor al Dr. Mario Teruggi, quien fuera un destacado investigador, decano de la Fac. de Cs. Nat. UNLP y abuelo de Clara Anahí Mariani Teruggi). Realmente el cuento contiene mucha información sin describirla en detalle, lo cual ayuda a que el lector construya la atmósfera.
Me alegra que hayas disfrutado la lectura, Cecilia. Por ahí en otros comentarios vi también el detalle de la incongruencia de fecha en relación a la mención del Argentinosaurus. Es bueno tener disponible esta calidad de lectoras y lectores perspicaces.
Un abrazo.
Texto fluido.El tema abordado es original, me gustó. El perfil del personaje-niño, bien logrado (me permitió imaginarlo de 9, 10 años, por su sentir y comprensión de lo sucedido a su alrededor).
Creo, que al autor se le escapa la lógica de la dimensión del tiempo en ese fluir de la narración misma; pues, alude «a un año», cuando el niño comienza la excavación de los pozos, hasta dar con los huesos que se desparraman, «son más largos que sus propios huesos», dando a entender un transcurso de tiempo necesario para que los mismos luzcan un estado de limpidez, , lo cual aludiría a ‘una suma de varios años’, no «a un año»; me pareció mu expuesto el detalle, por eso me pareció necesario aludirlo. Repito: La historia me gustó, es creativa, ágil; logra tensión y la mantiene.
Hola Alicia, gracias por pasar a leer y comentar. Me encanta que sus impresiones vayan al hueso, como en el cuento. Esto nos enriquece muchísimo a todos.
Un abrazo.
Un texto de múltiples lecturas y eso ya lo convierte en inolvidable. E interpreto las señales que me deja el autor. Los dos juegos: Los del oficio del padre, con los borceguíes militares y la excavación en honor al tío, es lo que le gusta, excavar, sacar a luz la historia, y jugamos dos tiempos diferentes y simultáneos.
Convengamos que en la ficción se permiten las simultaneidades de tiempos, y por eso aparecen con anterioridad, es decir allá por el 77 las excavaciones, (mientras el padre sepulta, “defiende la patria”, el niño excava, pone a la luz lo que se oculta en los patios traseros). Va clavando marcas mientras ocurren hallazgos. No hay tumbas para las flores de la madre, de las Madres.
Al tío nunca se le pasará la bronca, no estará cantando en el obelisco el triunfo del mundial, estará en los estandartes de las plazas, verá al niño excavando, llegando hasta lo hondo de lo oscuro. La promesa del niño es la Memoria, la que no se deja embaucar con triunfos deportivos, con glorias efímeras. Y es la lucha inclaudicable, hasta que la tierra se mueve, y se abre y deja al descubierto los huesos largos de los que desaparecieron. Por supuesto que ese no es el cuerpo del tío, es el cuerpo del tío en la excavación de la historia. La tela gruesa y sucia del pacto de silencio de los genocidas: El argentinosaurio . Y cavará hasta dejar a luz el genocidio completo.
Los verdes lloran por culpa de los hijos, historias desobedientes, es la historia que al final trae la luz y habrá castigo.
“Los dinosaurios van a desaparecer”.
Muchas gracias por tu comentario, Rubén. Me encantó tu interpretación. Siempre es un gusto leerte.
Te dejo un abrazo.
Impresionante. El horror se va mostrando de a poco, en detalles, hasta llegar a ese final.
Qué bueno que te haya gustado el cuento, Sofia. Ojalá los que vienen también te gusten.
Un abrazo.
La historia me gusta, se adivina el final casi al comienzo, lo que no tiene por qué quitarle merito. El final también me gustó, a pesar de que estaba esperando el momento del hallazgo del cadáver, que se desliza en la narración pertenece al tío.
No obstante considero que existen algunas fallas de forma, mucho doble punto, punto después de un guión, etc. detalles.
Los materiales del Argentinosaurus fueron descubiertos en 1989.
A pesar de que el final me gusto me habría gustado darle otro giro, como que el cadáver si hubiera sido descubierto diez o poco más de años, cuando el papá y supuesto homicida estuviera ya anciano, confesando su crimen, una nota más dramática.
Gracias por pasar a leer y comentar, Daniel. Es llamativo como el detalle del Argentinosaurus ha saltado en varios de los comentarios. Espero que el autor ande por ahí y tome nota. Me encanta que surjan estas cuestiones, estas lecturas, estas otras interpretaciones. Ojalá el resto de los cuentos que quedan también logren engancharte (y engancharnos a todos).
Un abrazo.
Es una historia muy potente que avanza de a poco, de manera ingenua, hacia el horror. Y me parece que el autor imprimió esa cadencia por tratarse del relato de un niño, justamente. También me parece interesante ( y difícil) sostener el relato en primera persona. Destaco el lugar protagónico de la arqueología, tan decisivo y esclarecedor para la reparación posterior a la dictadura. Muchas gracias.
Gracias por pasar a leer y comentar, Graciela. Un detalle: el cuento no está en primera persona, está en tercera desde el punto de vista del niño. Es llamativo que te diera la impresión de que está en primera porque eso habla de que el autor logró posicionar al narrador en ese punto de vista de manera muy efectiva. Me alegra que te haya gustado su trabajo.
Un abrazo.
Me gustó la narración en la voz de un niño que está como alejado de lo que está pasando en el país en ese momento. No me cierra el final. Si es el tío el que está enterrado en el fondo de la casa, ¿como lo dejaron excavar en el mismo? y si además pasó solo un año no es posible que los huesos estuvieran tan limpios como parece. ¿En que momento el padre mató a su hermano y lo enterró en el jardín sin que nadie se enterara? Yo imaginé otro final, el niño, ya adulto, y arqueólogo, buscando restos de desaparecidos encuentra los huesos de su tío y lo identifica por la cadenita. Saludos. Liliana.
Qué bueno que te haya interesado el cuento, Liliana. Por supuesto, podemos no estar de acuerdo con algunas construcciones narrativas y pensar en qué forma podría haber estado mejor, o en qué forma nos habría gustado hacerlo a nosotros. También es discutible la verosimilitud de ciertos detalles en el texto. Sin embargo, a mi modo de ver el cuento funciona. Me encanta poder leerte y leerlos a todos. Estas impresiones enriquecen muchísimo la lectura.
Un abrazo.
Si bien toda la narración está en tiempo presente, pienso que la desaparición del tío quedaría mejor marcada si la primera parte estuviera en pasado. El paso de casi un año lo justifica.
El final del cuento queda a medio cerrar. Si bien ese objeto dorado que brilla puede remitirnos a la cadena del tío, los huesos (en apariencias pelados y totalmente descuartizados) nos alejan totalmente de él, especialmente por el exiguo espacio de tiempo transcurrido.
Otra cuestión que quita verosimilitud, más pequeño pero claro dado el contexto histórico, es el la imagen del chico en la excavación final: la búsqueda de la sombra para palear y el destello final del sol no coinciden con el invierno y el frío día de aquella final.
La idea de contar este hecho desde la mirada de un niño, con un padre protagonista de la época más nefasta de nuestra historia, despierta múltiples inquietudes sobre cómo habrán sido los días de todos esos niños inocentes criados por asesinos.
Gracias, de nuevo, por pasar a leer y comentar, Gustavo. Me encanta el detalle de tus comentarios. Es muy rico poder leerlos.
Un abrazo.
La idea está muy buena. Sobre todo porque el relato en primera persona, la de un chico, puede contar con la inocencia de su edad, hechos de nuestra historia de plomo sin caer en descripciones crueles u obvias. Es muy creíble el paralelismo entre los pensamientos infantiles contrastados con la dura realidad del contexto histórico.
Podría haber evitado el uso excesivo de comas y dos puntos, reemplazándolo por frases más cortas y más contundentes. De todos modos el ritmo narrativo es correcto y el crescendo del suspenso atrapa al lector.
Genial que te haya gustado el cuento, Teresa. Gracias por pasar a leer y contarnos tus impresiones.
Un abrazo.
Aunque el tema es trillado, es original que un niño de unos diez años guste de la arqueología. Y ubicar el principio (pelea entre hermanos) y final (su padre dio muerte a su hermano) está muy bien enfocado. Es fácil ubicar los años 1977-1978.
Me gustó el cuento porque la lectura se hace fácil y entretenida. No busca el golpe fácil.
El final queda en el aire y a gusto del lector y no del escritor.
¡Felicitaciones!
Fantástico que hayas disfrutado esta lectura, Adelina. Ojalá las próximas lecturas también te gusten.
Un abrazo.
Comentarios: El cuento me atrapó.
El narrador muestra la situación relatándola desde la mirada inocente de un niño. Logra presentar las escenas con claridad desde el principio. A medida que avanza el cuento conquista al lector, generando expectativas. Las preferencias infantiles están delineadas con acierto: el deseo de hacer lo que le gusta, la identificación con uno de los mayores( el tío)…
Para presentar lo que cuenta, el autor elige una época (la de los 70). Lo hace dentro de un contexto creíble sin necesidad de profundizar en descripciones de la realidad, que quizá desviarían la atención del lector. Por momentos la trama genera intriga. El relato pinta con claridad la “culpa” infantil… por ocasionar dolor a su padre.
Maria Antonia Conti
Buenísimo que te haya gustado el cuento, María Antonia. Gracias por pasar a leer y contarnos tus impresiones.
Un abrazo.
«Hallazgos arqueológicos»
Comentarios: El cuento me atrapó.
El narrador muestra la situación relatándola desde la mirada inocente de un niño. Logra presentar las escenas con claridad desde el principio. A medida que avanza el cuento conquista al lector, generando expectativas. Las preferencias infantiles están delineadas con acierto: el deseo de hacer lo que le gusta, la identificación con uno de los mayores( el tío)…
Para presentar lo que cuenta, el autor elige una época (la de los 70). Lo hace dentro de un contexto creíble sin necesidad de profundizar en descripciones de la realidad, que quizá desviarían la atención del lector. Por momentos la trama genera intriga. El relato pinta con claridad la “culpa” infantil… por ocasionar dolor a su padre.
Maria Antonia Conti
Buena ambientación trabajada desde los pequeños detalles. La información se va dando a medida que avanza el relato lo que contribuye al ritmo y, al mismo tiempo, nos permite posicionarnos en la mirada del protagonista.
Me distrajo mucho el Argentinosaurio, me suena a un descubrimiento posterior a la época que parece estar haciendo referencia.
Pero gracias al ritmo de la narración, que va subiendo a medida que sube la tensión, retomé la concentración.
Gracias por pasar a leer y comentar, Sol. Efectivamente, a varios les hizo ruido el dato del Argentinosaurus. Algo bastante llamativo. Sin embargo, creo que el cuento se sostiene. Ojalá los cuentos que quedan logren mantenerte atenta en su lectura completa.
Un abrazo.
Sobre la temática pienso que es original, crea suspenso y da paso a conclusiones terroríficas.
Sobre la forma de escritura, respetuosamente, tengo los siguientes comentarios: El autor repite demasiado el mismo estilo de oraciones. Por ejemplo: «Y, a la mañana…», «Y puede ser que…»,»Y hasta se fue a…», lo cual le quita ritmo a la narración. Igualmente, abusa del signo dos puntos (:). Algunos son innecesarios. Y por último, hay palabras que sí necesitan mostrarse como coloquiales o abreviadas utilizando las comillas sencillas o dobles, tales como: «cole», «tele» o ´melli´. Gracias y saludos,